Monday 23 April 2018

LAS CHARCAS NEGRAS (ruinas de unas piscinas desclasificadas)





I

Las charcas negras fueron un elegante club donde lucían moreno los nuevos ricos del sur y tomaban clases de tenis sus -hasta entonces- risueños hijos. Hoy las dos piscinas se han convertido en un lugar recóndito de la periferia de Madrid donde van a parar desperdicios de toda clase, donde queman cobre y quién sabe qué. Las charcas negras me corroboran de algún modo la negritud del mundo, aunque reflejen el azul de cielo.


II

De un tiempo a esta parte abundan los charlys. Ya me lo dijo mi aliado: "En ocasiones veo Charlys". Creo que es como una especie de corriente artística que desconoce su propia existencia, un movimiento oculto y espontáneo que ha brotado entre las sombras como una fiebre infame en la mente de un mundo desesperado. También creo que -charlys aparte-  son accidentes circunstanciales, meras acciones fortuitas en las que alguien encuentra un sesgo artístico.

Por eso hacen, sólo hacen; y lo hacen pase lo que pase, conscientes o no, de que un gesto encierra un testimonio pleno  de memoria y sentido. Cualquier movimiento que se produzca en  la nada provoca un tremendo remolino.

III


Sin mucho juicio 
ni mucho ruido. 
Sólo
 hacer.


IV

Su estética interviene en lo abandonado y deteriorado, y lo pronuncia y acentúa. Sea basura, resto, escombro o molicie. Tápies ya lo hacía, pero concienzudamente. Como si detrás de cada obra habitara un poema de Bukowski, o el movimiento de un caballo en una partida de ajedrez que Duchamp dejará en tablas.

Imagino una pequeña legión enajenada, como una secta desestructurada que escucha los mandatos de un dios desconocido. Un dios que podría ser engendro de Lovecraft, de Celine, de Conrad, de Melville. Como si fueran infectados, esta legión propaga su mal con saña. En realidad creen que sus inútiles obras sirven de esperanza a la humanidad. Un gesto de construir belleza donde sólo hay olvido, asco y destrucción. Un espejismo. No hay nada más inútil que tener esperanza: siempre se esfuma, siempre se desvanece, siempre se escurre como un vaso rebosante de grasa en medio de un banquete.

V


Su hacer se centra en encumbrar su mundo errático como un mundo fértil al servicio del arte, como un gesto en medio del desierto que sonríe al sol que lo abrasa. Niegan de la destrucción de su alrededor para lucir sin pudor su naturaleza desahuciada, y con ello convierten en alegre anécdota lo que por costumbre es continuo y tembloroso desasosiego. O si no, lo acentúan. En esa tensión crece el lugar, en esa doble visión se produce una dialéctica entre lo bello y lo horrible, entre el olvido y la memoria, entre la alegría y la tristeza.

Escucho el piano de G. Gould en medio del vertedero. Y dejo de pensar mientras admiro las ruinas cotidianas de la humanidad. Consumo, con sumo cuidado y entera delicadeza, el tiempo en el que admiro, detenido en un tiempo que me mimetiza e integra en el estercolero de este mundo. Escarbo y me arropo de tierra. Al tiempo, con sumo cuidado también, salgo de la piel de la ruina y rompo la cáscara de la tierra que me cubre. Y levanto el vuelo.


VI

Es tan sólo un giro de la conciencia, un click que enciende el estado de metamorfosis, un play en el cassette del tiempo.Las charcas negras fueron un día celestes aguas. Difícil lo tienen ya para cambiar de topónimo.


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