Febrero 2104
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Fueron los pioneros del siglo XX los que nos abrieron el camino para expresar un singular sentir: el extrañamiento inocuo. Malevich y el suprematismo venían a dar orden y sentido a la creciente desesperación del ser humano, una desesperación que arraiga especialmente en el medio urbano. Sentirse extraño sin que pase nada, sin que sea extaño. Abstraerse de la tradición para centrarse en el color como motivo principal de la mirada. Clavar la mirada en Miró, en Klee, en Picasso, en Tápies, y borrarlos ipso facto. Aplacar la emotividad de lo narrativo para convertir la pintura en pura y simple emoción estética, que viene a ser tanto como vestir un pensamiento para ponerlo a bailar.
La normalidad extraña, o el misterio de lo cotidiano. Maupassant en vena. La curiosidad inmemorial dibuja una espiral perfecta entre realidad y ficción. Escher a saco. Todo el mundo emerge simultáneamente por todas partes, implora Lucifer. Y hoy ya no aturde. La urbe es la lavadora que frota y voltea todos nuestros pensamientos a gran velocidad, los enjabona con lluvia ácida, con bombardeos de información en racimos. Es una sutil manera de aniquilar al individuo, de multiplicarlo a lo Warhol, de imbuirlo en terror plástico, de desquiciarlo a base de estímulos complementarios. Los ladrones del tiempo huelen a rancio prestigio, a escandalosa publicidad, a capricho infanticida. Pero es igual, de algún modo nos hacen un favor aullentando la verdad, sustituyéndola con gran eficacia y acierto. Exigencias de la modernidad.
Es sabido por todos, que uno, cuanto más conoce más ignora y que por eso hartarse a decir sandeces y necedades -hasta decir basta- es una forma de explorar el conocimiento, de ponerlo a prueba, de someterlo a otras razones más alegres y pasajeras, más acorde al vitalismo que aún se puede experimentar en sociedades capitalistas relativamente acomodadas. Nihilismo en su máxima expresión. Diréis: qué claro ejemplo de vida enajenada, qué impostado nietzchianismo, qué fácil decir sin enfurecer a nadie. Es uno de los placeres que bien luce quien rápido escribe. Y qué queréis.
Hasta los convecionalismos destilan una locura consentida, por lo tanto estar loco es ir con los tiempos, dar cuerda al reloj futurista de la velocidad y sintonizar con el entorno de Magritt, De Chirico, de Pérez Villanta. Qué maravilla, poder ver como el mismo Malevich te guiña el ojo desde el otro lado del tiempo, con toda la gestualidad deconstruida y un coscorrón en el aire frente al plato de sopa fría.
Hasta los convecionalismos destilan una locura consentida, por lo tanto estar loco es ir con los tiempos, dar cuerda al reloj futurista de la velocidad y sintonizar con el entorno de Magritt, De Chirico, de Pérez Villanta. Qué maravilla, poder ver como el mismo Malevich te guiña el ojo desde el otro lado del tiempo, con toda la gestualidad deconstruida y un coscorrón en el aire frente al plato de sopa fría.
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