Llevo con esta máscara más de ocho años, calzada en mi osamenta como un yelmo geológico. Forma parte de los dioses mayores de mi panteón privado, o sea, de mi mentalidad e imaginación. Lo más trágico fue poner la máscara de
Crom a la venta, y además en numerosas ocasiones; pero aquello ya es parte del pasado y por eso ya no sufro, pues nadie osó a comprarla. Hoy sé que siempre me pertenecerá, que es ella -como una divinidad protectora- la que quiere estar conmigo. Y así es como hemos llegado a la simbiosis perfecta: somos uno, de piedra -lo eterno, y de piel -lo efímero.
Alfred Kubin hubiera dicho algo al respecto: "
Cuando la imaginación excitada se fija una quimera, tarde o temprano esta acaba por materializarse."
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Poner precio no sólo es vulgar, es una estafa, ¿quién iba a pagar lo que yo creo que vale? Cómo iba a vender yo mi alma? Por eso necesito un comercial, o desdoblarme tan cabal como cruelmente. Lo mismo de siempre, otra vez el dilema de la creación y el mercado. El barro de toda obra es el sentimiento, y es el artista, ser sobradamente sentimental, quien debe poner a disposición del público su emoción contenida, directa o indirectamente.
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Me escudo tras máscara tan bárbara. Es la única manera de canalizar mis ansias extremas de expresión, de elevar mi lenguaje, de sujetar mi cólera, de aplacar tanto ímpetu. Tiene sentido cuando nada tiene sentido, cuando toca esperar y estirar el tiempo y ejercitar la inteligencia en los pucheros de la paciencia. Calzarse la máscara más bárbara tiene otros beneficios para el corazón del afligido. Es como ponerse el casco para montar en moto -o para experimentos de 3D-, y salir a toda velocidad de aquí. Es como habitar en otro, en otro ser y en otro lugar, es el escudo perfecto, la coraza ideal, el muro que da cobijo a la ciudad que voy construyendo.
Cualquiera diría que Crom protege a los seres más sensibles, pues en el panteón cimmerio es un dios tenebroso y salvaje que odia a los débiles, a no ser que uno no sea tan débil como cree o que el mismo Crom ha tenido una evolución personal de lo más sorprendente. Sea como fuere, habitar en una máscara es sinónimo de ficción o de impostura, dos opciones veraces para enfrentarnos a las inclemencias que la vida nos trae, o simplemente para alejarnos del hastío de ser siempre el mismo ser que somos. Así pues, amigos, sírvanse ustedes una máscara a su antojo, y a su salud.