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La ruina es, ante todo, un lugar de reflexión.
I
Y si es verdad que no hay más restos arqueológicos que verifiquen mi talento para desenterrar culturas desaparecidas, me los invento. La falsificación aquí es recreación indocumentada. Una manía cinematográfica que ficciona constantemente y que desarrolla parte de los clichés indianajonistas sin ningún pudor.
Detecto al menos dos miradas frente a la ruina: la primera se acomoda en su culminación como obra de arte en sí misma, como hallazgo y revelación, como pieza de museo, digna de futuros estudios. Podría ser ésta una visión de la ruina propia del romanticismo. La ruina deja de ser herrumbre, desgaste y ceniza para ser el proyecto de esa herrumbre, de ese desgaste, de esa ceniza. Materialización del tiempo transcurrido.
Por otro lado, la segunda mirada es aquella que se enturbia en un conjunto de luchas. Lucha por dejar de ser el agotamiento del pasado, el cadáver de un edificio, morada del hombre remoto. Esta mirada hacia la ruina se antoja más actual, y parte de un corazón lleno de insatisfacciones, de ansiedad. Es una ruina en ese sentido ya consumida, existencialista, profundamente nihilista, reflejo de un charco que ya ni existe. Pero lucha por mantenerse en pie y suda de lo lindo, como un héroe en lucha constante con el tiempo.
Da patadas al misterio y al desencantamiento por igual. Defeca sobre la materia más noble en un acto de rebeldía imperceptible. Esta clase de ruinas no se rinden nunca, y en cuanto ves esa figura maltrecha del resplandor queda sustituida por la figura del resplandor mismo. Porque son unas ruinas que laten, que por arte de magia, -y sin arte y sin magia- se mantienen vivas.
La ruina no es el resto, ni el cadáver, sino una reciente creación contenedora de una idea: es la visión del impulso constructor que empuja al hombre a seguir y a seguir construyendo, dale que te pego, presos de la fiebre del ladrillo. Hasta que se llega al estado actual de colapso. Entonces es cuando paramos, atónitos, exahustos, enfermos. Y lo dejamos así, en un esbozo a medio construir.
Son muchos los proyectos urbanísticos que se abandonan por falta de financiación, quiebra de empresas, o negligencias de todo tipo. Este tipo de edificaciones despobladas me interesan especialmente. Lo que pudo ser y no es. Se queda en aborto urbano, ruina antes de su demolición temporal. Jorge Yeregui y su Acta de replanteo lo expresan formidablemente.
La vorágine de la historia conecta de inmediato con el caos del presente. Suma de iguales, multiplicación de lo errante. Las maravillas del saber y del estar comparten por igual maravillosas incertidumbres. De momento y a galope tendido, veo que somos - ruina y yo- algo más que el reflejo del colapso, algo más que ruinas bajo la molicie del tiempo. Cualquiera diría que somos su anunciación, incluso diría que somos su propio alivio, la válvula de escape a tanta racionalización, el descanso de la mirada interesada.
La ruina ya no se avergüenza de serlo, ha perdido su complejo de inferioridad, de ser agónico. La ruina es la heroína de toda cultura, el logro depurado del tiempo civilizado que revela los secretos del espíritu humano en una suerte de un misterio siempre por desvelar. Su misterio es la misión que cumple, y no hay más misterio que la supervivencia y las reflexiones que suscita su materia.
La ruina es ésta continua palabrería sobre la propia ruina. Ésta metáfora constante de uno mismo, esta sombra de lo civilizado en estado salvaje.
II
Detecto al menos dos miradas frente a la ruina: la primera se acomoda en su culminación como obra de arte en sí misma, como hallazgo y revelación, como pieza de museo, digna de futuros estudios. Podría ser ésta una visión de la ruina propia del romanticismo. La ruina deja de ser herrumbre, desgaste y ceniza para ser el proyecto de esa herrumbre, de ese desgaste, de esa ceniza. Materialización del tiempo transcurrido.
Por otro lado, la segunda mirada es aquella que se enturbia en un conjunto de luchas. Lucha por dejar de ser el agotamiento del pasado, el cadáver de un edificio, morada del hombre remoto. Esta mirada hacia la ruina se antoja más actual, y parte de un corazón lleno de insatisfacciones, de ansiedad. Es una ruina en ese sentido ya consumida, existencialista, profundamente nihilista, reflejo de un charco que ya ni existe. Pero lucha por mantenerse en pie y suda de lo lindo, como un héroe en lucha constante con el tiempo.
Da patadas al misterio y al desencantamiento por igual. Defeca sobre la materia más noble en un acto de rebeldía imperceptible. Esta clase de ruinas no se rinden nunca, y en cuanto ves esa figura maltrecha del resplandor queda sustituida por la figura del resplandor mismo. Porque son unas ruinas que laten, que por arte de magia, -y sin arte y sin magia- se mantienen vivas.
III
La ruina no es el resto, ni el cadáver, sino una reciente creación contenedora de una idea: es la visión del impulso constructor que empuja al hombre a seguir y a seguir construyendo, dale que te pego, presos de la fiebre del ladrillo. Hasta que se llega al estado actual de colapso. Entonces es cuando paramos, atónitos, exahustos, enfermos. Y lo dejamos así, en un esbozo a medio construir.
Son muchos los proyectos urbanísticos que se abandonan por falta de financiación, quiebra de empresas, o negligencias de todo tipo. Este tipo de edificaciones despobladas me interesan especialmente. Lo que pudo ser y no es. Se queda en aborto urbano, ruina antes de su demolición temporal. Jorge Yeregui y su Acta de replanteo lo expresan formidablemente.
La vorágine de la historia conecta de inmediato con el caos del presente. Suma de iguales, multiplicación de lo errante. Las maravillas del saber y del estar comparten por igual maravillosas incertidumbres. De momento y a galope tendido, veo que somos - ruina y yo- algo más que el reflejo del colapso, algo más que ruinas bajo la molicie del tiempo. Cualquiera diría que somos su anunciación, incluso diría que somos su propio alivio, la válvula de escape a tanta racionalización, el descanso de la mirada interesada.
La ruina ya no se avergüenza de serlo, ha perdido su complejo de inferioridad, de ser agónico. La ruina es la heroína de toda cultura, el logro depurado del tiempo civilizado que revela los secretos del espíritu humano en una suerte de un misterio siempre por desvelar. Su misterio es la misión que cumple, y no hay más misterio que la supervivencia y las reflexiones que suscita su materia.
IV
La ruina es ésta continua palabrería sobre la propia ruina. Ésta metáfora constante de uno mismo, esta sombra de lo civilizado en estado salvaje.
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