I
Tienen las luces de la humanidad la mitad de sus
bombillas fundidas. La otra mitad busca entre la oscuridad la forma de seguir
alumbrando el mundo. Como luciérnagas clarividentes se afanan en su trabajo y
se ofrecen de linterna para iluminar los caminos por los que transitan las
gentes que aman el arte.
La razón de reutilizar materiales desechados ha sido
una de las luces que me han guiado en mi travesía por las afueras de la ciudad en busca
de la pureza. Siempre he obrado con lo
que me ha sido dado; el entorno manda y pone en mis manos la materia que me pertenece y representa.
La razón es un astro luminoso que hoy ha sido bordado con hilo azulado sobre el horizonte de la maleza. Es astro y es fruto porque emerge de la cinta blanca que el viento hizo abrazar al matorral, como si le dotase de vestido y de notable singularidad. Y digo que es astro y fruto porque en la casual conjugación de elementos –lo natural de la maleza, lo artificial del fieltro sintético- se encuentra la causa y el nacimiento del arte.
II
El contexto actual nos ofrece un nuevo y maltrecho panorama
en la historia de la humanidad marcado por el desarrollismo sin límites y un ultracapitalismo
amoral que ha puesto en jaque al planeta mismo. Surge así lo que muchos han definido
ya como basuraleza, ese hábitat propio ya del Antropoceno en el que vivimos
y convivimos como podemos.
Me gustaría ser tan ingenuo para pensar que el arte es la única salvación, la única lucha posible contra la imparable devastación de nuestra tierra. La conquista de la belleza, la construcción de imágenes en las que el alma se pueda elevar y reconfortar, imágenes que sirvan para vencer la fealdad y fatalidad del mundo imperante, de ese mundo a oscuras, de bombillas fundidas, de corazones rotos, de ambiciones manipuladas, de zombis, de cerebros destruidos. Y ciertamente soy así de ingenuo.
Por todo eso, la sinrazón del desecho y de toda la basura que en silencio conquista la
tierra, es una sinrazón despreciable que debo invertir a favor del arte. Y lo
que aquí ofrezco como un ejercicio de equilibrio entre opuestos, (entre cielo y
tierra, entre lo accidental y lo elaborado, entre lo artificial y lo natural) esconde
la pelea, el grito y el forcejeo que toda lucha entraña, para acabar siendo una
fórmula aplicada al paisaje que aquí acondiciono mediante una operación de
reciclaje estético.
Cada cual lucha a su modo, como decía Marx o interpretaba Pirandello. La desidia del mundo debe ser combatida de
raíz, y ya que no puedo cambiar el mundo -resuena Rimbaud- ni el rumbo de la historia, cambiaré,
en la medida de lo posible, mi entorno, mi territorio, mi persona.