Tuesday, 7 January 2020

LIQUIDAMOS TU ZONA DE CONFORD (gratuitamente)



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I.

Este discreto cementerio de sillones me sirve para simbolizar mi reciente vida pasada. Uno de ellos, era el sillón donde solía sentarme a escribir, otro donde leía, otro donde dibujaba, otro donde dormía la siesta, otro donde fumaba y bebía, otro donde me aburría viendo basura televisiva. Otro, donde dormitaba hasta el alba. Otro, donde me amaba.

Creo que me dejo algún que otro sillón, como el sillón de parado de larga -tirando a eterna- duración. Desde ese sillón dirigía -más ancho que pancho- la política del país. Era mi parlamento, mi Moncloa particular, mi congreso (sin diputados), mi senado (sin señoritingos estirados), mi trono sin rey, mi reino sin payaso, mi Estado sin títere soberano. Tan sólo aquel sillón era suficiente para comandar la vida que alcanzo.


II.

Era lo único que hacía: cambiar de sillón cada vez que cambiaba de ocupación. La ocupación no era otra que pensar. Siempre tenía una excusa perfecta, o varias, de tal modo que la tarea inicialmente propuesta quedaba pospuesta para la indolente eternidad. No hacer nada era algo tan difícil que me ocupaba todo el día y parte de la noche. No desistía en mi empeño y yendo de sillón en sillón conseguía doblegar a esa vanidad podrida que aún hoy me tiñe de sinsabores. Aunque qué demonios, sin la vanidad no hubiera podido continuar escribiendo una sola línea y no hubiera podido matar el tiempo con mis propias manos.

En cualquier caso, el cambio de sillón respondía a un minucioso plan de destrucción masiva del ser postindustrial. Ese cambio de sillón se producía cada vez que iba a cometer un acto fáctico, tangible y reconocible en un futuro cierto. Y en cierto modo, los jugadores de la playstation hacen lo mismo pero con un artefacto de última tecnología. La improductividad aviva mi pulso.

III.

Pienso en el éxito de cada fracaso, en el fracasa mejor de Beckett como algo ligado con la temática propia del sillón, de manera que así conseguía ese imposible de no hacer nada cada vez que iba a hacerlo. Esta renuncia al hacer, este abrazo a la improductividad no esconde lo que es: una crítica al exceso de productividad del ser humano, y en particular, al exceso de mi productividad artística, que por excesiva no logra la altura que el arte requiere.

Mi vocación por no hacer nada era como la del artista del hambre de Kafka. No digo que la gente -la sociedad en general- tenga que entenderlo, sino que tenga que aceptarlo. A veces no entendemos algo hasta que no lo aceptamos.  Hay que saltarse el prejuicio de la sinrazón y sacudirse de encima el estrecho y siempre espinoso yugo de la razón. Hacemos las cosas porque las hacemos, así de simple y de sencillo. Hacemos las cosas de un modo extraño, al igual que no las hacemos.

Hoy anhelo la vida de ayer y miro a esta montonera de sillones desvencijados con profundo cariñó -y rabiosa calma- por haberme dado tantas horas -la vida entera- de infructuosos placeres. La calma es indescriptible, como esa contradicción que me nutre (mitad voluntad extrema, mitad  sordomudo arrepentimiento); indescriptible como la sensación de firmar tu propia eutanasia. Entre estos sillones mis huesos se hallan ocultos, aunque sospecho que cualquier día me pegan un susto de aquí te espero.


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Meses después retomo el sillón desde otra perspectiva. La de trono. La de poltrona. La del poder. Un sillón es el sarcófago escalonado del ser actual, momificado mediante el vendaje digital, el nuevo lenguaje que las nuevas generaciones utilizamos. El alcance de su difusión ha provocado que el lenguaje de siempre, basado en parte por su corporeidad, esté desapareciendo.

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Y a considerar está la otra, la intermedia, la del obrero que descansa, la de la persona, la del ser consciente de estar medianamente alienado, adiestrado, domesticado con el bozal de la televisión y la camisa de fuerzas del sillón donde reposa. Tal vez hastiado. Tal vez satisfecho de haber vuelto a su casa con el trabajo bien hecho. O mal hecho. O deshecho. 

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La televisión -o el móvil- es el fuego que tiene cercado tu cerebro. 

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Mirar a una pantalla es anular el mundo. Liquidar la vida de un plumazo. Cuando miras entregas parte de ti. La televisión es el medio que destruye tu medio, lo oprime y te lo arrebata. El Ladrón de Ojos, lo llamarían en el Antiguo Egipto. Desde el sillón entregamos en bandeja a nuestro ojos a merced de cualquiera. Hay que huir de la mierda, por mera supervivencia. La pantalla te manda ceguera, ceguera hueca, luz de olvido, luz de mil tóxicas, luz ladrona de vida.


El televisor ha sucumbido a la pantalla. El espejo del mundo. La pantalla ha sustituido a la bola de cristal. Todo es producto de un hechizo. La producción televisiva es una realidad que te reconduce a un espejo y una serie en bucle de imágenes familiares. La producción televisiva ha muerto y en su lugar se alzan multitud de plataformas audiovisuales. El destino es el mismo:otro sillón desvencijado desde el que ves nuevos anuncios. Comprarás otro sillón nuevo desde donde renovar su cobarde culo lleno de mierda que apesta a miedo. Comprarás otro sillón nuevo desde donde reinarás en tu hermosa zona de conford. Comprarás otro sillón, y quizás ya de segunda mano -o culo-, desde donde te integrarás a la perfección en el pútrido detritus de un cementerio de pantallas deslumbrantes.

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FURGÓN DEL FUEGO EXTINTO

    *   cadáver carcasa esqueleto cuerpo calcinado en óxido enmohecido tejido de la ceniza abrigo del fuego consumido.   *   yelmo casaca ...