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Ay, que tú me miraste en la alta noche
con los luceros enormes de la esperanza;
y ahora me vuelves rauda la espalda
con una constelación de negros reproches.
Ay, que tú me tomaste en la clara mañana;
con tus cabellos rizados de cobre
en lujuriosa danza se puso el bosque
que de fuego y perfumes se coronaba.
Y ahora me vuelves rauda la espalda
y coges cuerdas y dagas, herrajes y cinturones,
y de un pozo de serpientes me llevas a la fragua
y de allí me lanzas a un foso de tiburones.
Y ahora me vuelves rauda la espalda
y olvidas, como si nada, todo de golpe.
Ya no sé si es tragedia, comedia o drama
monólogo demente o sátira de bravucones.
El camino está abierto y me dice
que salga a galope,
que tiene gracia la desgracia
si lees bien los acordes.
Mi corazón lleno de hiel, repleto de azogue,
y el alma huracanada envuelta en jirones.
Todo son notas yermas y amargas
de remotas coplas para futuras canciones.
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Si nada quise más que tu elevada dicha
y no hice cálculos ni operaciones
quizás fue todo culpa mía:
manta a la cabeza no ve complicaciones.
Si cometí alguna falta
ya no espero tus perdones
Que son mías y de nadie más
me hago cargo,
Que si hoy estoy entre los perdedores
no será por mucho tiempo
no quiero arar en tierra de lágrimas
con maltrechos azadones
que quiero coger mi caballo y seguir
por la senda de los luchadores.
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