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Soy cielo y tierra, hijo de ambos.
Toma el humo su bocanada primera y el rito se inicia. Toma el humo el cuerpo del cielo para ensanchar su naturaleza y perderse diluido, dejando en tierra al fuego y sus cenizas. Todo se perderá en el tiempo menos la esperanza de volver a prender la bocanada primera y el entusiasmo de iniciar un nuevo rito bajo el sol.
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Soy cielo y tierra, hijo de ambos.
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Podría tratarse de un montón de hierbajos secos de cualquier lugar fértil de mundo, y sin embargo este montón de pasto seco es -o fue- único. Yo mismo lo hice con un rastrillo, a base de un trabajo propio de labriegos. Yo mismo me incliné para tomar un retrato ante su inminente desaparición. Yo mismo prendí la llama que propició su temprano final. Es parte de lo que tiene que hacer quien tiene un terreno, es parte de los cuidados que requiere, aún sin ser cultivado.
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Soy cielo y tierra, hijo de ambos.
Las explicaciones sobran cuando los sentimientos hablan. Unir en una misma imagen el sol y el humo, la luz y la tiniebla. Mi tarea, mi cosecha, era esa: tomar esta imagen, sin más explicaciones.
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Soy cielo y tierra, hijo de ambos.
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Al igual que el sol se adorna de nubes, el fuego se adorna de humo. Son coronas esponjosas, vaporosas, que no necesitan ni el sol ni el fuego, y que, sin embargo, se complementan divinamente, -o causalmente, de un modo tan natural como mágico. Claro que, son éstas consideraciones meramente personales y que no necesitan explicación alguna, pues los sentimientos, cuando se les presta atención, hablan.
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