Carlos Medel Julio 2013
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Buscaba -o no, qué sé yo- ese algo que podría llamarse equilibrio, algo sencillo, limpio, de pureza extrema, alejado de todo, alejado de mi mismo. El zen del momento. Aquí lo tengo, pensé.
Al día siguiente, al revisar la pizarra, me encuentro de pronto con todo un enjambre de referencias plásticas. Oh, no!!! Maldita cultura, me dije, maldito tráfico de influencias. Veo a Rothko, a Tápies, a Malevich, a Motherwell. Y paro, como en un stop que me advierte de un posible accidente. Pero no puedo, sus cuadros me llegan a la cabeza como caricias de largas uñas blandas.
Luego interpreto la mancha -que ya es símbolo del no-ser- y veo que me señala un cruce de caminos. Me digo bueno, no estoy tan mal acompañado, ya veo que otros han pasado también por aquí. Rothko, Tápies, Malevich, Motherwell. Inmediatamente los borro de un soplido y me quedo como estaba: en blanco, buscando qué se yo.
Luego interpreto la mancha -que ya es símbolo del no-ser- y veo que me señala un cruce de caminos. Me digo bueno, no estoy tan mal acompañado, ya veo que otros han pasado también por aquí. Rothko, Tápies, Malevich, Motherwell. Inmediatamente los borro de un soplido y me quedo como estaba: en blanco, buscando qué se yo.
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