Nos llegan desde Ecuador estas dos reliquias que pasan inmediatamente a formar parte de la galería PEM. Los amigos Rich & Bert me informan que el Cotopaxi, con una elevación de 5.943 metros, es el segundo volcán de más altura del país y uno de los más altos de mundo. De algún modo recojo con cariño la ofrenda que hacen los amigos y me uno a ellos para venerar el paisaje que nos acercan, y tomar todo el poder del volcán y toda la humildad de la piedra.
La imagen es un manantial de sueños que refrescan la reseca realidad, el lago donde hoy nado dormido. Vencido soy por el sueño que emana del Cotopaxi, mas de repente me encuentro surcando el cielo. Vuelo soy del cóndor, vuelo soy. Designio del aire. Qué placer resignarse así, al rumbo del viento, a la intuición del ala, a la condición de pasajero en perpetuo desvanecimiento. En poco tiempo llego al lugar indicado en silencio, y el volcán, tan colosal, tan imponente, desaparece. Yo, cóndor, fijo mi longevo ojo en el caballo que tranquilo pasta. No puede hacer otra cosa, pastar mientras duerme el volcán. Otra carroña será para mi pico.
En otra visión chamánica pasé al interior del templo. Creía estar muerto, como el guerrero de Carlos Castaneda, enterrado hace milenios, gozando la paz del que no piensa volver a la vida, feliz, manoseando fósiles en las jugueterías del jurásico. Y sin embargo, el volcán me escupió al mundo. Nuevamente me dio un corazón, hecho en las simas de su fragua, y volvió el revuelo y el alboroto a regir mis días. De dicha en desdicha volví a caminar, qué suplicio, quise despertar entre fiebres y sudores. Quise despertar y no despierto, quizás porque el sueño persiste para enseñar a la vida que las dos cosas son lo mismo, y que tanta - y tan poca- importancia tiene el uno como la otra.
No obstante, no me dejo engañar por espejismos, ni me dejo avasallar por el raciocinio. No quiero malgastar un segundo más en rodeos absurdos. Tengo la sospecha que con tanto volcán voy a montar en cólera, y en esta noche, que ya se supone de otoño, en esta noche en el que el calor golpea, en esta noche que compartía el Fire de Arthur Brown en esa abominable red llamada Facebook, presentándolo así: Quemaría España entera; en esta misma noche en la que quiero provocar y provocar, obtengo lo que buscaba: despertar al volcán. Maldita cultura del exterminio y del fuego, de Guernica, de Auschwitz, de Hiroshima. ¿Estaremos marcados por el apocalipsis moderno, estaremos pagando el trauma mundial de la guerra -televisada o no- y tendemos a reproducirla? El horror se ha vuelto tremendamente cotidiano.
El poder se basa en la violencia, y ese atractivo que el poder ejerce ha condicionado toda nuestra civilización, traumatizándola. El poder reside en el volcán que duerme, porque ya conocemos las causas de su despertar. Calmado ahora, pero activo, reconcentro el fuego al mínimo, lo oculto, lo sumerjo bajo las capas de mi educación. Pero en el fondo, fundo las piedras para moldearlas como si de arcilla se trataran. En realidad encarno a Dante; creo haber completado el descenso a los infiernos y haber transitado el suficiente tiempo en cada uno de los siete círculos del mal. Yo también perdí a Beatriz. Eso es todo, pero no el final.