Sunday, 4 October 2015

CLAVOXÍDIA III (los gritos del silencio)




2010

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Como cadáveres de soldados sin identificar sobre la nieve, estos clavos parecen formar parte de una colección mortuoria. Una exhumación de aquellos que cayeron en atroces contiendas sin sentido. Pero mi intención es más inocente: carezco de intención, al igual que los clavos carecen de conciencia.

 He de reconocer que alinear este material, estos bellos óxidos deformados y ordenarlos con sumo detenimiento, ha sido una labor placentera, al igual que fue el hallarlos entre las piedras de un río seco. Diría que hay en ello una secreta razón que intenta hacer casamientos entre aspectos básicos de la arqueología y el arte.

 Yo preferiría dejar la obra abierta, como un libro a múltiples lecturas en infinidad de lenguas, porque hay en estos clavos una suerte de fascinación que no me atrevo a descifrar. De tal modo que prefiero compartir una obra de simbología imprecisa a forzar el desvelamiento de un enigma. O si se prefiere,  ser sencillo y llano a montar teorías con pies de barro. Que para disfrutar de una experiencia pseudoartística no hace falta tantos andamios.

 Sin embargo quien nos conozca bien sabe que nos aventuramos siempre a la mar océana, que arriesgamos y que tiramos con bala. Tienen estos hierros posturas de personas calcinadas, véase los restos de Pompeya y Herculano. Estos clavos son la representación del dolor. Sí, así y a secas. Dolor, testigos silenciosos y anónimos del dolor, expresión y condición de esta vida -frecuentemente jodida vida-  apenas con dramatismo. Solo es dolor, ni más ni menos. Esta visión es tan antigua como el budismo, que mira al dolor de semejante modo. Sólo que hoy creo que me los estoy extirpando.


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