Habito en un pueblo conocido por su psiquiátrico, de hecho, vivimos a pocos metros. Don
Benito Perez Galdós lo cita bastante en
Fortunata y Jacinta, y no recuerdo qué otros literatos y gentes de letras mencionan a
Leganés como sanatorio mental.
La Casa de Dementes de Santa Isabel, se llamó en un principio. En Bermeo hay otro psiquiátrico; allí hay más dementes de ciencias. En fin, -y empiezo.
Quiero tomar un derrotero loco en esta entrada de grandes pedrolos. Me gusta pensar que estas piedras estaban antes de que se fundara Leganés, o que es la construcción simbólica y fundacional del pueblo. Y no los pepinos, que no tienen nada de artísticos ni de orográficos ni de metafísicos.
Sin embargo no hay que negar que
la congregación del pepino suma adeptos, y sobre todo desde el ascenso de su equipo de fútbol a primera división. La cancha que el pepino tiene en el mundo del arte se reduce a
Warhol y al mal gusto, a menos que lo pringuemos en la cocina o en el humor, donde tampoco mola demasiado. El mal gusto, por otra parte, puede ser muy artístico, que se lo digan al
Equipo Crónica.
El pepino tiene mala solución pero su prestigio aumenta a medida que la gintonería evoluciona; sin embargo la piedra además de ser cien veces más intuitiva, viste más, es más discreta, más noble, más señora. Por otra parte sus nutrientes espirituales son únicos. El pepino, es decir Don Pepino, es un personaje de Ibañez, que también tiene su punto, un personaje mortadelesco con poder para transformarse en todo aquello que podemos entender como "pepino". El cómic está servido.
Ironías que da la vida, opuestos que se odian, complementarios que se aman: piedra y pepino se enamoran sin remedio y pasan a conformar una peculiar pareja, un singular tándem, una desconcertante ensalada para paladares especiales. Falta la escultura que reconozca a Don Pepino su lugar en la historia de Leganés. Aunque bien mirado prefiero cien veces las esculturas minimalistas (especie de menhires) que están al fondo de este primitivo cromlech, y dejarnos de más esculturas y derroches públicos.
O por qué no. Estamos en el momento propicio para instalar un enorme pepino en una de las entradas a Leganés o en una de sus plazas, y así constatar del todo que lo hortera y el mal gusto triunfan en el mundo de hoy. Su triunfo no es otra cosa que la ocultación de lo profundo, de lo importante, sea por miedo o por lo que sea. No es del todo broma, amigos. No me extrañaria nada que la profecía de Don Pepino se cumpliese; si nos fijamos bien el pepino es el tótem de la huerta, (un tótem fálico humanizado, comestible) y que precisamente aquí en Leganés tuvo prestigio documentado desde el siglo XVI. El pepino es tótem y hortaliza, es fuerza telúrica, nutritiva y económica; y por si fuera poco es palabra de moda.
Mientras, creo que me refugiaré en torno a estos pedrolos, con mi pepino entre las manos, protegiéndome de la estupidez con otros locos de alrededor, esperando a las horas de taller. Aunque no tengo asegurado que con mi medio estrenado Huawei me salve tan fácilmente de la estupidez humana. Y ese es otro tema de locos del que pronto daré cuenta.