I
El éxito es la palabra y el concepto que predestina a todos a ser unos fracasados. Si el éxito no existiera tendría todo más sentido y el mundo podría ser más igualitario. Y justo, en cierta medida. El éxito es la golosina que tiende el monstruo individualista a toda la sociedad mundial, una golosina envenenada que es el elixir de nuestro Imperio -adorado capitalismo neoliberal-, y a la vez, la moneda con que vendes tu alma al diablo soberano de nuestros días.
¡Al diablo la competición, al diablo la escritura sobre la piedra! Siendo consciente de todo ésto, uno tan solo intenta buscar el camino inverso al éxito. Salir de todo lo que requiera una lucha social, una competición; sin embargo no seamos ingenuos, el mundo entero gira en el sentido que quiere esa inmiseridorde rueda que el diablo guía, y no es -ni parece ser- tarea fácil escapar a los tentáculos de su voraz inercia.
Escapar de la rueda es un calvario, un oficio, una regla monacal, y requiere una sabiduría cuasi sobrenatural. Huir del mundo es una fórmula poco convincente y encierra un cierto tufo de rencor y odio contra el prójimo, a no ser que hayas sido llamado por el Señor y te recluyas en monasterios y otras celdas, alejado del mundanal ruido.
Yo, ser mundano donde los halla, me siento un poco más afortunado ahora que estoy apretando en la mano izquierda la moneda del éxito. El diablo me obliga a retarlo: lanza esa moneda al aire. Salga lo que salga la partida está amañada. El diablo se disfraza de Juan Tamariz y entre truco y truco se ríe de ti.
Yo, ser mundano donde los halla, me siento un poco más afortunado ahora que estoy apretando en la mano izquierda la moneda del éxito. El diablo me obliga a retarlo: lanza esa moneda al aire. Salga lo que salga la partida está amañada. El diablo se disfraza de Juan Tamariz y entre truco y truco se ríe de ti.
II
Sólo allí -en los márgenes del capitalismo- se puede desarrollar un verdadero arte, pues una vez que te sales de la inmisericorde rueda de la competición podrás eludir todo éxito, borrarlo de la mente, aniquilarlo en una jugada maestra. El éxito es sentirse vivo cada día y encontrar gozo en tus quehaceres; y si te sientes muerto saber que renacerás pronto si tomas las medidas necesarias. El éxito será otra cosa, lo opuesto de lo esperado.
Todo éxito es relativo y tiene la insana tendencia al abandono, a morir de éxito. Es como querer calmar tu sed con agua salada. Primero, el éxito muere porque es insaciable, y segundo porque aburre a todos. Aburren todas las estrellas cuando son galardonadas. Desplumadas y sin brillo salen las estrellas a recoger el premio. Y ya quieren otro. A no ser que seas Marlon Brandon o García Márquez, que además de no necesitar reconocimientos -van sobrados de talento- no esconden su repulsa a estos actos sociales del Imperio.
Con todo esto, podemos pasar a hablar del éxito que más me interesa: el personal. Hablar de ese éxito constante y cotidiano de no ser alguien esclavo de sí mismo y de la importancia del ser. La formación del yo se la debemos a los demás, dijo un sabio de la Ilustración. El éxito acompaña a aquel que borró el éxito de su vida, aquel que hundido en el mundo olvida sus cimas. Y tampoco. No hay manera de entrever el éxito. Quizás esté cuando lo ignoras, y que ahora mismo que lo crees tan lejano el éxito te está acompañando.
III
Paradogicamente, vuelvo de hacer una prueba de examen, una selección para ingresar en una bolsa de trabajo que me permita subirme al carro dorado y seguir el curso de la inmisericorde rueda del mundo. Cubrir bajas de auxiliares de bibliotecas. Ahí es nada, uno de los sueños de mi vida. La noticia, procedente de las oficinas de empleo, se me ha presentado con tres semanas de antelación. Y lo digo ahora, que no ansío otra cosa más que tener éxito en esta prueba que me ha puesto en las narices el Ayuntamiento de Leganés, como una piedra preciosa en mi camino, -y en el de otras treinta personas.
Después de tres intensas semanas de estudio, memorización, concentración, plena dedicación he vuelto a casa con la cara más larga, pero con brillo en los ojos. Las cartas están echadas. Y Tamariz baraja que te baraja una y otra vez, lanzando las cartas al cielo, como boomerangs que revuelan entre las palmeras y las cristaleras del Centro Cívico Saramago, formando un remolino de congojas y risas desatadas. Pero don José -Saramago- sigue tan serio. La esperanza es la flor del día que hueles de lejos y que te trae -si quiere traer de veras- el sueño de tu vida de un día para otro. Así, por arte de magia, como si los trucos no existieran; como si el diablo no quisiera de nuevo reírse de ti.
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