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Ficha técnica
Título: "Restos no oficiales"
Año: 2016
Técnica: Grabado Calcográfico + cosidos (2018)
Medida plancha: 200 x 215 mm.
Medida papel/ tipo: 230 x 255 mm. / Canson Edition 250 gr.
Edición: Sin editar / Obra única
Estimación económica: 120 €
Autor: Carlos Medel Redondo
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I
La memoria histórica nace de un cúmulo de huesudas razones y dolores soterrados; y aún se puede decir que no ha nacido.
(Primer inciso: Hoy, muchos días después de lo escrito a continuación, leo: Vox presidirá la comisión del Parlamento andaluz encargada de la Memoria Histórica).
Se podría afirmar que la memoria histórica es una floración de la muerte más allá de la mente, un despertar repentino de la conciencia que invita a la Justicia divina a intervenir en los asuntos terrenales. En la superficie de nuestros días, la memoria deja al tiempo de lado y así perdemos el rastro de nuestros antepasados, haciéndonos los suecos entre el vómito constante de las pantallas y su tumultuoso fragor. Sin embargo, una floración de la mente ha traído la Historia a cuento. La memoria histórica es una extraña flor que germina entre los huesos, como una médula convertida en hiedra que trepa por las columnas de nuestras espaldas y nuestras conciencias.
Es esa flor putrefacta que esparce el polen de los crímenes e injusticias sin resolver; esa especie de resistencia al no menos putrefacto franquismo que se resiste a desaparecer, a tantos años de opresión, traición, mutilación, mutismo y silencio absoluto. Y tampoco es así exactamente. Veamos.
La memoria histórica es una reivindicación justa que la democracia española lleva cuarenta años desoyendo, pese a su formulación e implantación como ley bajo el gobierno de Rodriguez Zapatero, y después derogada bajo el mandato de Rajoy. Está claro pues que la implantación de dicha ley depende del signo político que gobierne. En la actualidad, Pedro Sánchez, títere de occidente y de sí mismo, hace lo que puede o lo que le dejan hacer y veremos si consentirá que el PP y Vox deroguen otra vez la Ley de Memoria Histórica (entre otras leyes) en Andalucía.
Los derroteros que la política actual sigue son los del abismo. Tan pestilente es el banquete que acontece al sur de Despeñaperros que los de olfato fino salen huyendo despavoridos. Pero es igual, el tufo llega a todos los rincones de la península ibérica y nadie puede decir que no le afecte de un modo u otro.
Vox es la moda política más rancia y peligrosa de toda la historia de la democracia española. Es tan rancia como maleducada y sanguinaria. Mis alertas personales han saltado y siguen sonando en mis adentros. Espero tener el temple necesario para dirigir a mis ejércitos, si antes tengo el coraje necesario para convocarlos. Vox está de subidón y con ese subidón es intratable. Pero, ¿quiere decirse entonces que van hacer y decir lo que les dé la real gana?
El auge que la ultraderecha está experimentando tiene diferentes causas. Además de Cataluña y la supuesta quiebra de la unidad de España, la bestia emerge de la desmemoria cotidiana (por el terror que supone revivir aquello) y del olvido que el estado ha destinado a las víctimas de La Guerra Civil Española -y de la posterior represión, no menos sangrienta y dolorosa. La desmemoria cotidiana es causa y consecuencia, a su vez, de los traumas y humillaciones sufridos y de esa perniciosa creencia que niega de la memoria para no despertar y causar más dolor del habido.
La justicia no ayuda a los cobardes, ni tampoco valora a los valientes, al menos la justicia de hoy en día., esa que solo entiende de partidos, sobres y puertas giratorias. Ay, división de poderes, ay Montesquieu, quién te recuerda! ¿Cuándo quebraron tus sagrados límites; cuándo profanaron tu nombre?
Por lo demás, no deja de ser curioso cómo aquí en España, donde tras décadas se sigue apostando por una producción cultural (tanto en el cine como en la literatura) que trata de lleno el tema de La Guerra Civil, digo, no deja de ser curioso el papel que la sociedad ha tomado al respecto. No se ha conseguido curar las heridas sino evidenciarlas. Ese ha sido el papel de la cultura guerracivilística, no sé si consciente de ello, el papel de traductor de una memoria dolorida, en estado de agonía constante mientras se disputan aún los testamentos de Franco.
La situación de crispamiento actual se debe a una confluencia de factores, entre los que está presente esa terrible herida. Ríos de tinta y celuloide que nos han alejado del terror del olvido para acercarnos al terror de la memoria. El tiempo no cauteriza la pólvora en sangre, la encapsula. Porque, aparte -llámenme paranoico- veo cómo la Guerra Civil no ha terminado. Vivimos en una guerra civil constante que recrudece los odios y sus líneas de ataque. Veo hermanos, amigos, vecinos enfrentados en ese tenso silencio que hemos heredado, mitad de agotamiento mitad de rabia. Ese silencio que puede estallar en cualquier instante.
No veo rencor en desarrollar la Ley de Memoria Histórica y de su definitiva e innegociable implantación, es más, es un derecho, un reconocimiento de los Derechos Humanos generales, y en particular, un reconocimiento a esas víctimas, restos no oficiales enterrados como perros en el olvido. Un reconocimiento a ese dolor insuperable de los muchos españoles que un día dejaron de ver a sus familiares y amigos. Esos entornos familiares estuvieron duramente castigados y humillados. El daño ya está hecho pero su reparación aún no se ha puesto en marcha. De la dignidad de los vencidos nada se ha dicho. No vaya a levantar subceptibilidades y los señoritos se den por aludidos.
(Primer inciso: Hoy, muchos días después de lo escrito a continuación, leo: Vox presidirá la comisión del Parlamento andaluz encargada de la Memoria Histórica).
Se podría afirmar que la memoria histórica es una floración de la muerte más allá de la mente, un despertar repentino de la conciencia que invita a la Justicia divina a intervenir en los asuntos terrenales. En la superficie de nuestros días, la memoria deja al tiempo de lado y así perdemos el rastro de nuestros antepasados, haciéndonos los suecos entre el vómito constante de las pantallas y su tumultuoso fragor. Sin embargo, una floración de la mente ha traído la Historia a cuento. La memoria histórica es una extraña flor que germina entre los huesos, como una médula convertida en hiedra que trepa por las columnas de nuestras espaldas y nuestras conciencias.
Es esa flor putrefacta que esparce el polen de los crímenes e injusticias sin resolver; esa especie de resistencia al no menos putrefacto franquismo que se resiste a desaparecer, a tantos años de opresión, traición, mutilación, mutismo y silencio absoluto. Y tampoco es así exactamente. Veamos.
II
La memoria histórica es una reivindicación justa que la democracia española lleva cuarenta años desoyendo, pese a su formulación e implantación como ley bajo el gobierno de Rodriguez Zapatero, y después derogada bajo el mandato de Rajoy. Está claro pues que la implantación de dicha ley depende del signo político que gobierne. En la actualidad, Pedro Sánchez, títere de occidente y de sí mismo, hace lo que puede o lo que le dejan hacer y veremos si consentirá que el PP y Vox deroguen otra vez la Ley de Memoria Histórica (entre otras leyes) en Andalucía.
Los derroteros que la política actual sigue son los del abismo. Tan pestilente es el banquete que acontece al sur de Despeñaperros que los de olfato fino salen huyendo despavoridos. Pero es igual, el tufo llega a todos los rincones de la península ibérica y nadie puede decir que no le afecte de un modo u otro.
Vox es la moda política más rancia y peligrosa de toda la historia de la democracia española. Es tan rancia como maleducada y sanguinaria. Mis alertas personales han saltado y siguen sonando en mis adentros. Espero tener el temple necesario para dirigir a mis ejércitos, si antes tengo el coraje necesario para convocarlos. Vox está de subidón y con ese subidón es intratable. Pero, ¿quiere decirse entonces que van hacer y decir lo que les dé la real gana?
El auge que la ultraderecha está experimentando tiene diferentes causas. Además de Cataluña y la supuesta quiebra de la unidad de España, la bestia emerge de la desmemoria cotidiana (por el terror que supone revivir aquello) y del olvido que el estado ha destinado a las víctimas de La Guerra Civil Española -y de la posterior represión, no menos sangrienta y dolorosa. La desmemoria cotidiana es causa y consecuencia, a su vez, de los traumas y humillaciones sufridos y de esa perniciosa creencia que niega de la memoria para no despertar y causar más dolor del habido.
III
La justicia no ayuda a los cobardes, ni tampoco valora a los valientes, al menos la justicia de hoy en día., esa que solo entiende de partidos, sobres y puertas giratorias. Ay, división de poderes, ay Montesquieu, quién te recuerda! ¿Cuándo quebraron tus sagrados límites; cuándo profanaron tu nombre?
Por lo demás, no deja de ser curioso cómo aquí en España, donde tras décadas se sigue apostando por una producción cultural (tanto en el cine como en la literatura) que trata de lleno el tema de La Guerra Civil, digo, no deja de ser curioso el papel que la sociedad ha tomado al respecto. No se ha conseguido curar las heridas sino evidenciarlas. Ese ha sido el papel de la cultura guerracivilística, no sé si consciente de ello, el papel de traductor de una memoria dolorida, en estado de agonía constante mientras se disputan aún los testamentos de Franco.
La situación de crispamiento actual se debe a una confluencia de factores, entre los que está presente esa terrible herida. Ríos de tinta y celuloide que nos han alejado del terror del olvido para acercarnos al terror de la memoria. El tiempo no cauteriza la pólvora en sangre, la encapsula. Porque, aparte -llámenme paranoico- veo cómo la Guerra Civil no ha terminado. Vivimos en una guerra civil constante que recrudece los odios y sus líneas de ataque. Veo hermanos, amigos, vecinos enfrentados en ese tenso silencio que hemos heredado, mitad de agotamiento mitad de rabia. Ese silencio que puede estallar en cualquier instante.
IV
No veo rencor en desarrollar la Ley de Memoria Histórica y de su definitiva e innegociable implantación, es más, es un derecho, un reconocimiento de los Derechos Humanos generales, y en particular, un reconocimiento a esas víctimas, restos no oficiales enterrados como perros en el olvido. Un reconocimiento a ese dolor insuperable de los muchos españoles que un día dejaron de ver a sus familiares y amigos. Esos entornos familiares estuvieron duramente castigados y humillados. El daño ya está hecho pero su reparación aún no se ha puesto en marcha. De la dignidad de los vencidos nada se ha dicho. No vaya a levantar subceptibilidades y los señoritos se den por aludidos.
Esa montaña de restos no oficiales es ya una cordillera que separa la sentimentalidad de los españoles en al menos dos bloques. Los mismos bloques -y bandos- que se enfrentaron hará ahora más de ochenta años. No sé a qué se han dedicado los políticos en estos últimos cuarenta años. La democracia parecía la fórmula de la reconciliación nacional, pero de poco o nada ha servido. Las heridas de la guerra están a flor de piel. Ningún daño ha sido reparado. Novelistas y cineastas se afanan producciones de esa temática, y hay quienes afirman que seguimos viviendo en un régimen pseudofranquista y que la Transición fue sólo un trasvase de recipiente político, una operación de transmisión de poderes a los fieles y adeptos del dictador, con mínimas concesiones como la Ley de Partidos o los Estatutos de Autonomía. Todo con sus trampas bien urdidas.
A decir verdad, la democracia ha servido a los intereses de quien custodian dicha democracia. Ya sabemos que enmendar un país no es igual que reformar el sistema de cañerías o el tendido eléctrico de una urbanización. En todo caso es una asignatura troncal pendiente que tiene nuestra democracia desde su misma creación y representa un suspenso en todos los campos, además de evidenciar una clara falta de sensibilidad. Claro que, hablar de sensibilidad a una máquina -la del estado- es tan inútil como clamar en el desierto. Parece que el continuismo del "antiguo régimen" no es sólo una sospecha y que la tan aclamada y ejemplar Transición española fue otra chapuza propia de nuestro adorado país, por mucho que se empeñen en hacernos creer lo contrario los manuales de historia oficial y sus cómplices.
Nadie ni nada puede borrar la huella de cuarenta años de dictadura de un plumazo. Su poso y sustento está presente en varias generaciones -se habla con acierto de franquismo sociológico- y su eliminación será una tarea a largo plazo, si es que en verdad cuaja una conciencia reparadora de los crímenes de nuestro pasado. Y eso nunca ha sido así. Queda asumir que la historia, como siempre, es terrible y desagradecida, y que nuestra tarea es tanto asumir nuestra propia historia como alejarnos de ella, en tanto en cuanto no se puede vivir con el insoportable peso que acumula en nuestras conciencias.
Por eso, seguimos con la desmemoria histórica como estrategia de supervivencia y de paz social. Podemos volver al pasado tan pronto como queramos, pero que sea con cuidado infinito. El odio rebrota cada vez que la memoria histórica se aplaza nuevamente, pues no deja de ser otra injusticia de otro tiempo que nos asalta en el presente. Que ese odio no despierte en nuestras podridas conciencias neoburguesas es otra tarea que tendrá que desarrollar la democracia, si es que en verdad quiere mantener la convivencia pacífica de sus partes.
Tal vez España no tenga solución -ni sensibilidad, ni valor, ni razón de ser-. Tal vez España sea una mala fórmula fronteriza, un resto abominable del pasado que deglute todo el presente. España, bella como Helena en el interior del laberinto, ensoñación sin bandera ni himno. España, no más que una quimera donde vivo, salto y grito. España, madre adoptiva de nacimiento que me enseñó a odiar por odiar la diferencia de pensamiento. España, rebaño loco, cainita y risueño. Quiero decirte, sin rencor que me duele amarte, pero no lo consigo. Y no me duele quererte hoy que contra ti despotrico, porque ahora sé que estás raptada por la ineptitud atemporal de tus políticos.
Te muestro a ti mi capote colorado, vestido de luces voy, Lorca en pie -saludo al aire, fajín alto -bien colocado, que arremeto contra la fiera como un forzsado. Que a este toro hay que lidiarlo aunque te llenes de barro. Y ojo, no matarlo, que algo hay que aprender de nuestros vecinos lusitanos. El arte de la lucha te ha enseñado que se puede vencer a monstruos y gigantes con la razón en una mano, y en la otra, ay, en la otra un collar y un diccionario.
Seguirá escribiéndose la leyenda negra de este hermoso país al oeste del Mediterráneo, hermoso país también temerario, que siempre está vistiéndose de fiesta, cuando no de luto, sangre y canto. Está escrito en lo más alto: pasto somos de buitres desalmados, que uno y otro bando permitió dejar al toro -o la Vaquilla- morirse de hambre en el llano. El toro, símil hoy del pueblo bajo, muge en la noche desangrada, pidiendo que le devuelvan los olivos y las montañas. Muge hoy un montón de huesos en silencio descoyuntado. Y todos escuchan pero callan, el ronco tañido de las tibias con los cráneos.
Quiero terminar y no puedo, quiero dejar de interpretar a los poetas que mataron, aunque sean ellos los que hoy me eligen para convocar a la esperanza, a la justicia, al arte con este oscuro canto. Adiós amigos queridos, hasta pronto, colegas y camaradas reñidos. Nuestros restos perdidos no hallarán ritos ni el valor merecido, hasta que no sean oficiales y salgan del terror del olvido.
V
Nadie ni nada puede borrar la huella de cuarenta años de dictadura de un plumazo. Su poso y sustento está presente en varias generaciones -se habla con acierto de franquismo sociológico- y su eliminación será una tarea a largo plazo, si es que en verdad cuaja una conciencia reparadora de los crímenes de nuestro pasado. Y eso nunca ha sido así. Queda asumir que la historia, como siempre, es terrible y desagradecida, y que nuestra tarea es tanto asumir nuestra propia historia como alejarnos de ella, en tanto en cuanto no se puede vivir con el insoportable peso que acumula en nuestras conciencias.
Por eso, seguimos con la desmemoria histórica como estrategia de supervivencia y de paz social. Podemos volver al pasado tan pronto como queramos, pero que sea con cuidado infinito. El odio rebrota cada vez que la memoria histórica se aplaza nuevamente, pues no deja de ser otra injusticia de otro tiempo que nos asalta en el presente. Que ese odio no despierte en nuestras podridas conciencias neoburguesas es otra tarea que tendrá que desarrollar la democracia, si es que en verdad quiere mantener la convivencia pacífica de sus partes.
Tal vez España no tenga solución -ni sensibilidad, ni valor, ni razón de ser-. Tal vez España sea una mala fórmula fronteriza, un resto abominable del pasado que deglute todo el presente. España, bella como Helena en el interior del laberinto, ensoñación sin bandera ni himno. España, no más que una quimera donde vivo, salto y grito. España, madre adoptiva de nacimiento que me enseñó a odiar por odiar la diferencia de pensamiento. España, rebaño loco, cainita y risueño. Quiero decirte, sin rencor que me duele amarte, pero no lo consigo. Y no me duele quererte hoy que contra ti despotrico, porque ahora sé que estás raptada por la ineptitud atemporal de tus políticos.
VI
Te muestro a ti mi capote colorado, vestido de luces voy, Lorca en pie -saludo al aire, fajín alto -bien colocado, que arremeto contra la fiera como un forzsado. Que a este toro hay que lidiarlo aunque te llenes de barro. Y ojo, no matarlo, que algo hay que aprender de nuestros vecinos lusitanos. El arte de la lucha te ha enseñado que se puede vencer a monstruos y gigantes con la razón en una mano, y en la otra, ay, en la otra un collar y un diccionario.
Seguirá escribiéndose la leyenda negra de este hermoso país al oeste del Mediterráneo, hermoso país también temerario, que siempre está vistiéndose de fiesta, cuando no de luto, sangre y canto. Está escrito en lo más alto: pasto somos de buitres desalmados, que uno y otro bando permitió dejar al toro -o la Vaquilla- morirse de hambre en el llano. El toro, símil hoy del pueblo bajo, muge en la noche desangrada, pidiendo que le devuelvan los olivos y las montañas. Muge hoy un montón de huesos en silencio descoyuntado. Y todos escuchan pero callan, el ronco tañido de las tibias con los cráneos.
Quiero terminar y no puedo, quiero dejar de interpretar a los poetas que mataron, aunque sean ellos los que hoy me eligen para convocar a la esperanza, a la justicia, al arte con este oscuro canto. Adiós amigos queridos, hasta pronto, colegas y camaradas reñidos. Nuestros restos perdidos no hallarán ritos ni el valor merecido, hasta que no sean oficiales y salgan del terror del olvido.
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