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I
Mirar ésta silla es como situarse frente a alguien, a alguien cuya ausencia se convierte en el hecho más destacado de mirar ésta silla. Es la ausencia, el vacío, el abandono, la desaparición la que se dibuja en la silla fotografiada. El plástico -danzante al viento- ondea en forma de memoria vaporosa, de fantasma atado al respaldo de la silla que se agita desconsoladamente. Pienso sin querer en Marina Abramovich, sentada e inerte, mirando a los ojos de alguien que ya no está. Cuidado. Mirar a los ojos es siempre una experiencia. Y cuidado: mirar a los ojos de una silla es siempre peligroso.
Son ya algunos de mis queridos amigos los que se han ido sin avisar, los que se han despedido para siempre a la francesa y jamás les he dedicado unas líneas. La muerte les alcanzó sin previo aviso. Su lugar nadie lo puede ocupar. Fueron únicos, formidables, ingeniosos, generosos y nobles. Cada uno ha dejado una silla vacía en medio de un llano y un hueco insondable en mi memoria que, de vez en vez, rememora la luz -y algunas sombras- de aquellos que se fueron avisar.
II
La silla parece nueva pero representa el cuerpo de un alma rota. Con una capa de plástico atada al respaldo de la silla he conseguido simular esa despedida que no es otra cosa que un funeral íntimo. Ondea en homenaje a sus recuerdos, levísima bandera blanca, transparente, llena ya de paz, luz y descanso. Solo quiero honrarles. Ondea en sus memorias como una camisa sin otra patria. Ondea suavemente para convocar a aquella fuerza salvaje e indómita que -curiosamente- les caracterizaba tanto.
Siempre estamos yéndonos. No permanecemos quietos ni dormidos. A ojos del resto tampoco estamos quietos, nuestra imagen se enciende y apaga, se alarga y encoje, se estira y mengua, aparece y desaparece como centellas, como auroras boreales. Ni siquiera las estatuas de insignes y nobles personajes escapan a la ilusión de irse corriendo. O volando. Los avatares de este mundo no le son tampoco ajenos. Las palomas siguen defecando sobre su nariz.
III
Discurre la historia entre la destrucción y la creación, entre la lucha y la paz, entre la armonía y el caos, entre el dolor y el placer, entre la alegría y la tristeza, entre la esperanza y la desesperación, entre la nostalgia y la rutina, entre el colapso y la recuperación, como decía aquel. Discurre la vida entre dos raíles paralelos, entre dos vías y dos direcciones sin final alguno que no sea la próxima estación.
He aquí el único asiento en el andén del cielo, con parada en tierra santa. Los aviones siguen pasando sin hacer parada, la vida viaja por los veloces corredores de un hotel sin recepcionista. Y aún no sabes cuál es tu habitación. Quizás esta habitación sin muros, donde tan solo una silla te espera, esa silla que ahora te dice que te vayas, que hagas tu vida, que aquí solo se sientan los ángeles de quienes hoy convocas, y alguna rapaz que otra.
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