Thursday, 9 December 2021

WALDENINO (homenaje e introducción a Henry David Thoreau)



Waldenino es el diminutivo extremeñizado de Walden, pues es en un rincón de Extremadura -Garciaz- donde he realizado este proyecto -"Andanzas y estancias"-, en alusión directa a la cabaña en la que H. D. Thoreau vivió aislado de la sociedad durante casi ochocientos días. Su propósito de huir del mundo era encontrar la vida en su estado puro y escribir sobre ello. Toda una aventura, un experimiento personal, una investigación antropológica, un estudio de la naturaleza circundante, y, en última instancia, una obra de arte, del arte supremo al que llamamos vivir.


El 9 de agosto de 1854 se publica Walden, o la vida en los  bosques, un ensayo en forma de diario personal en el que  su autor, Henry David Thoreau, narra la experiencia de vivir aislado y a su bola en una cabaña construida con sus propias manos en las inmediaciones del lago Walden Pond (Concord, Massachusetts) durante dos años, dos meses y dos días.

El 9 de agosto de 2021, tras varios días visitando una abandonada caseta de pastores y explorando su entorno, yo, Román García Palacios, acudo con una cuartilla, copiada a mano con lápiz, para leer unas líneas de la celebre obra de Thoreau al atardecer, en el interior de la exigua y maltrecha construcción de pizarra.

También hago fotografías de otros ángulos e inspecciono con detenimiento y delirio la ubicación y el interior cuadrangular de la ruina, como si fuera un lugar santo y contuviera el espíritu de aquel ilustre norteamericano que sentó las bases de la desobediencia civil.


He querido hacer con la lectura de un breve pasaje de Walden un sencillo homenaje. Qué menos que honrar en soledad a viva voz a uno de los maestros y defensores de la soledad. Asceta, pensador, político, activista, científico, economista, ensayista y poeta. Los terrores de la sociedad industrial estaban ya por entonces enseñando sin pudor sus garras y aniquilando bestialmente los reductos la vida auténtica de los seres humanos.

La vida y obra de Thoreau se centró en desafiar los zarpazos de una hidra que hoy sigue fustigando al noventa por ciento de la población mundial. El capitalismo empezó a repartir calderilla y hostias como panes, que no venían del cielo precisamente si no de la esclavitud, que aún en día abolida toma nuevas formas en múltiples campos de producción. 

No sé cómo fue, ni yo ni nadie vivo en la actualidad. Tendemos a deformar la realidad y no digamos la realidad pasada, es decir, la historia. La historia ha dicho que no le importan las personas y menos aún los historiadores, por eso se les ignora y se vuelven majaretas. 

El caso viene a ser así, un relato que ha ido ganando coherencia según ha ido reproduciéndose como un mantra: el capitalismo es un monstruo bueno que mantiene el orden de los privilegiados y que con el tiempo ha ido dotándose de herramientas, teorías y artimañas para perpetuar dicho orden. Ale, vaya usted con Dios, pero con el dios de las monedas. 

Aquello no era nada con el mal que nos azota hoy en día. Aquella sociedad estaba transformándose con la lógica de la burguesía y de sus teóricos de profesiones liberales que justificaban el abuso y la explotación en aras del progreso. El mercado conoció una época de crecimiento desquiciado por los extraordinarios beneficios que el colonialismo suministraba a las grandes potencias.

Había fuerza militar, medios y argumentos locuaces para comerse al mundo que se dejaba comer. El hombre era un lobo para el hombre (Hobbes) y la riqueza de la naciones (Adam Smith) dependía de la voracidad y la falta de escrúpulos para extraer cada vez más beneficios. Nada nuevo bajo el sol, amigo. Todo vale para vender, hasta el robar, si lo que es robado lleva el sello de la Commonwealth, la Casa Real, la Casablanca o de cualquier administración impuesta por una soberanía nacional, o por la soberbia de la Ley.





Y es que la vida sencilla sólo seduce a los sabios, por lo que todo es un complot contra la sabiduría, por eso siempre te quieren vender algo, aunque no lo necesites. La estupidez se erige en el trono del mundo imponiendo con despotismo su ávida lógica de sandeces y necedades, y desde allí, desde la cumbre de la ruindad más rancia y superflua, no para de escupir a todo lo que huela a conocimiento, criterio, libre albedrío, argumentación fundamentada o disertación filosófica. Eso explica la estupidez del mundo y la mía propia.

Amigo, hermano: despide al Saber y Bienestar con cada compra que hagas. Porque comprar es fácil y no sale a cuenta. Huye de lo fácil como de la peste y admite sin reservas que tu sociedad está enferma, que tú estás enfermo, que tu amigo, que tu hermano, que tu dentista está enfermo. Los luddistas ya lo sabían, y mucho antes los estoicos, y mucho después, hace ya cuatro décadas, Félix Rodriguez de la Fuente nos lo recordaba, junto al valor de preservar la naturaleza como principio de la humanidad. Ni puto caso, y así nos vemos ahora, con el agua al cuello negando el hundimiento anunciado del barco en el que vamos. 

No necesitas nada para ser aquel que eres. Todo sobra. Menos la conciencia del yo y su relación con el entorno, porque ahí no cabe el egoísmo. El desnudo es la esencia, por eso es la diana del cazador moralista, aquel que se oculta tras la opulencia y la abundancia, ignorando que está cubierto por una montaña de excrementos.

Y que por eso mismo no pasa nada. Enferma la moral, enfermo el pensamiento, enfermo cada paso que me conduce a continuar con esta farsa infinita de enfermedades y de enfermos poliédricos en enfermerías multifórmicas y nuevos síndromes que la ciencia enferma nombra.

 





El caso es que en Walden encontramos un conjunto de vertientes, tanto filosóficas, como políticas, naturalistas y poéticas de una pujanza actual brutal. Puede impresionar la rabia con la que el pasado se apodera del presente, pero si la actualidad duerme la pesadilla de la tecnificación del mundo, no es de extrañar que nos asalten, pues la vida es un invento constante que necesita el material orgánico del pensamiento y las raíces del cromosoma buscan siempre la paz y la conexión con la naturaleza. 

Su interés por la naturaleza de su entorno es un glosario fabuloso de poesía, además de un estudio de la fauna y la flora que rodean los bosque del lago Walden.  No escapan de su interés los fenómenos atmosféricos e hidrológicos del lago. Thoreau se centra en la observación, pero no sólo es un ser contemplativo. Anota todo. Se niega a cazar animales salvajes, se convierte en vegetariano y abstemio. Tampoco fuma, ni toma café o té. 




Simplificar la vida al máximo puede parecernos radical; y qué, a veces es lo que necesitamos. Thoreau era, y es, un revolucionario de los pies a la cabeza, por algo Gandhi le tenía en un altar -decía que De la desobediencia civil era su Biblia. T. Kacznsky se considera un devoto suyo, seguidor de la vida en los bosques que Thoreau defendía frente al avance deshumanizador de la industrialización. Hoy en día, frente a la digitalización del hombre, se hubiera puesto a apedrear a toda máquina con teclado, incluida ésta desde donde escribo, con un montón de pedradas en la cabeza y un túmulo de corredor en el corazón.
 




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