1
Quisiera contar algo de la extraña atracción que siento por este lugar, pero me lo ahorro. Estoy en plan rata. La imagen debe hablar, y contar, y susurrarnos. Todos sabemos que hay una historia -al menos- detrás de cada lugar. Yo no la conozco, y he huído de este lugar porque siento un repelús siniestro que no me interesa, al menos de momento. He aprendido a pasar olímpicamente de las extrañas atracciones y los malos rollos. Por otra parte, sospecho que pasar de algo es una manera de encubrir un miedo, y que por mucho que lo omitas existirá un latido de baja intensidad constante. Eso me parece interesante, de tal modo que intentaré abordarlo, aún con miedo y desconfianza.
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(Localización: Al lado del centro comercial ParqueSur, Leganés. Cerca ya de Villaverde Alto y El Bercial, y algo más distante de Orcasitas y Getafe.)
Según las indagaciones que hice en mis cuatro incursiones, las ruinas denotan un pasado vinculado con alguna actividad industrial. La cercanía a la fundición de Aceralia -hoy en día declarada Patrimonio de interés cultural- me hace pensar en un centro de chatarra que recogía los metales que los chatarreros del entorno acarreaban y recolectaban. Dos anchas bases cilíndricas -y la altura de una de ellas a modo de imponente columna, me indican que hubo algún tipo de grua de gran tonelaje. También la longitud del muro del edificio central alcanza los seis metros, y una aledaña estructura circular, de unos ocho metros de diámetro, muestran con claridad la existencia de un rodillo enorme -o varios- que pudiera servir de molino o tal vez de trituradora.
Mi imaginación me lleva al origen de esa actividad en la zona de Leganés, o como extensión de Villaverde, centro metarúlgico del sur de Madrid. No me quiero desviar, porque hablar de Villaverde sería salirme de mi jurisprudencia y la ley del Charly es centrarse en Leganés. Ahí tiene aún tela que cortar.
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El tema del miedo que rodea a este lugar es algo intrínseco a él. Hay paisajes que insuflan una atmósfera terrorífica de un modo inexplicable, y éste es uno de ellos. Supongo que la aparición de las ruinas, con su niebla de caos reinante, junto a la espesura de una vegetación desatendida por el hombre, y las extensiones de desechos acumulados en su entorno, cumplen tres condiciones para que lo salvaje se instale en su nucleo. El detonante definitivo apareció en la visita que hice el primer día del presente año, ya por la tarde, a primera hora, cuando todo y todos parecen descansar de la celebración de la Nochevieja.
Como conocía el lugar accedí por la parte de atrás, bordeando un enorme descampado plagado de conejeras y vegetaciones yermas, y donde se aprecian los montículos formados por las sucesivas vuelcas de escombro, décadas atrás. Me encaramé en la loma que tímidamente domina aquel paraje para observarlo heroicamente. De repente, apareció una figura insólita caminando de espaldas. Ataviado de pantalones, botas y un chaleco de cuero, con los brazos al aire gélido de enero, esa figura apenas caminó diez pasos de espaldas a mí antes de perderse tras el muro del edificio principal. Diez pasos fueron suficientes para aterrarme. Ni siquiera se giró, si siquiera reparó en mi presencia. Y doy gracias. Mi intuición me dijo que era alguien chungo, y desaparecí volando. Desde entonces, transcurridos ya seis meses, he vuelto en dos ocasiones a aquel lugar, a aquella loma. Mi intuición me previene, y aún así he podido acercarme más y obtener fotografías cercanas al lugar donde presumiblemente habita el hombre del chaleco de andares hoscos. Desde entonces mi subconsciente se está preparando para un encuentro con él. No hay miedo que no aborde. El miedo me dice que estoy radiantemente vivo, y aún más, que mi vida es preciosa y valiosa, y que crece en su hermosura cuando me enfrento a lo terrible y desconocido. Es lo que se llama la atracción al Mal, una tendencia que, afortunadamente, pocas veces creo atender.
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2
Soy un especulador literario. No me ciño a la historia ni habiéndola estudiado. Tal vez por ello huyo de ella como de la peste. Soy un alegre especulador literario que goza de la libertad de la palabra y bebe de los ínfintos néctares de la belleza. Soy un especulador literario que no huye de lo horrible y que incluso me sumerjo en ello para obtener más conocimiento de la naturaleza y de lo humano.
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Todos lo sabemos. Lo obviamos y lo olvidamos y entonces es igual que ignorarlo. Todos sabemos que las ruinas están vivas, que son las ancianas de la familia que repudiamos. Todos renegamos de las ruinas porque huelen a pobreza, a rancio, a humedad, a rata muerta. Todos lo sabemos, que con los restos de las ruinas construimos el presente.
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Todos olvidamos, asuntos, objetos, enseres, carpetas, amores, enfados y entusiasmos varios; está demostrado que la memoria no soporta tanta información como los sentidos procesan ni tanta emotividad como el corazón registra. Entonces asistimos a la formación y destrucción de la memoria, esa malla, esa red esponjosa que guarda recuerdos que son a su vez ruinas de momentos, estertores y esplendores que fueron reales o imaginados.
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Algunas ruinas contienen más belleza que otras, y muchas desaparecen con la arena que el desierto del tiempo arroja contra la memoria.
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Hay que tener el espíritu de un arquitecto para levantar con la imaginación cada pieza de las ruinas.
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Podría maravillarme con una piedra, en absoluta y rotunda soledad, pero hoy prefiero tirarla, arrojarla al río y decir vamos sé libre piedra vuela cae descansa sueña flota guarda refleja salpica hiere rompe grita estalla y quédate en tu sitio hasta que termines en otro lugar y cambies tú sin cambiar al igual que el nuevo emplazamiento que silenciosamente revitalizas. Así es como he llegado a una conclusión: las cosas de la naturaleza no nacen o mueren, si no que se revitalizan o aletargan.
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Las ruinas me parecen los más dignos supervivientes de esa trituradora a la que llamamos tiempo.
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Las ruinas son los relojes del olvido.
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Las ruinas son los supervivientes maltrechos que muestran con orgullo y humildad las heridas del tiempo. Porque el tiempo se refleja en la ruina, y la ruina anuncia el final del tiempo, la cercanía de la muerte y la belleza de la supervivencia.
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Las ruinas son las formas antiguas de la historia que conservan la fragilidad del tiempo y de la historia misma.
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Nadie sabe lo bien que sienta, al despertar, un bocadillo de piedras. La digestión del resto del día queda garantizada y las vitaminas A, D, H y J que aportan al organismo estabilizan todos los parámetros posibles del colesterol y neutralizan el ardor de estómago.
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