Orquestación: Campanas y Cencerros
Acompañamientos:
Trinos, Rebuznos, ramas al viento.
Dirección: El Sol
Auditorio:
Los Montes (de Garciaz, Cáceres)
El primer escrito sobre esta imagen fue un poema en prosa. El segundo texto sobre esta misma imagen fue otro poema en prosa. Renegar del verso es un método que sirve para no hacer mucho caso a la métrica en beneficio de un discurso que, a veces, goza de una inspiración desatada, lo que viene a ser escribir del tirón. Es como encontrar el filón y extraer en bruto. Hablar de inspiración puede resultar pretencioso, sin embargo creo que es adecuado, pues cuando el espíritu entrevé puertas y caminos que conducen a una conciencia clara, luminosa y razonablemente imposible de encasillar, se dice que vamos bien, y tiramos como una flecha al corazón de una diana. Es lo que se ha llamado genio, -aunque yo prefiero llamarlo camino. En todo caso, a veces el genio -o el camino- se aparece, quizás a base de tanto buscarle, -o le confundimos con un sucedáneo o una imitación. Este genio, con el tiempo, se puede pervertir o agotar, o abandonarnos, y entonces hay que buscar otro genio, o sea, otra fuente de inspiración. En todo caso, el tiempo también escasea, así se apresuremosnos y no perdamos ni un sólo segundo en divagaciones que el genio odia y que se desvían del camino.
2
El oro puede estar en el centro de la montaña. El oro puede estar en el lecho del río. El oro puede estar entre la arena del desierto. El oro puede estar alrededor de tu cuello. El oro puede estar entre tus dedos. El oro puede estar en tu muñeca. El oro puede estar en el sol. El oro puede estar en tus ojos. El oro puede estar en tus excrementos. El oro puede estar en la sangre de Jesucrito. El oro puede estar en un cubo de basura. El oro puede estar en un banco suizo. El oro puede estar en el aliento del lobo y en la lana sucia de la oveja. El oro puede estar bailando en la noche.
*
El oro negro está en la luz última de la tarde. A la pardilla. En el crepúsculo. En tu mirada que despierta, duerme y sueña con el oro blanco del amanecer.
*
Oro negro son los filamentos que forman las palabras. Oro
negro son las manecillas del reloj. Oro negro es el tiempo que puedo
dedicar a este oficio doméstico -y estrictamente nocturno- que es la
escritura. Oro negro es la orfebrería de tu pensamiento. Por ello quiero abordar la imagen de hoy, oro sobre oro, y
anotar las impresiones que las dos parejas (torre-espadaña y árbol-nube)
me producen más allá de lo emocional.
3
El sol muerde a la torre, se ciega en la piedra, la devora con dulzura, y en unos segundos la devuelve a la vida, la deglute, la deja igual, con algo de su saliva.
*
El sol congela la imagen en tu memoria cuando incendia al bosque con su lengua de fuego. Prende a cada hoja su esplendor cromático, su tono pleno. La noche, luego, se encarga de todo. Va apagando suavemente las luces de las hojas y el temblor solemne de las rocas. Como corazones humanos que a placer duermen. La oscuridad, luego, también se matiza en una larga secuencia de sombras hasta llegar al absoluto negro. Procedente del otro lado de la luna. De allí y del confín último y primero del universo.
*
Unidas por el dios sol en la cita del atardecer, os encontráis vosotras ante mis ojos. Vosotras, parejas exaltadas de tanta paz, ante mis ojos pareceís tan lejanas al mundo cuando al mundo mismo representais. Y me enredo ante tanto estímulo y grandeza, ante tanto significado y belleza. Me enredo entre las ramas mientras la nube me cubre y llama, mientras el cielo me dice que vuelva a casa con este humilde regalo.
4
La lejana torre de la iglesia de Santiago Apostol de Garciaz asoma tras la loma que antecede a la ermita de la Concepción, ya a media legua del pueblo. En un punto, el campanario de la torre y el hueco de la espadaña de la ermita, coinciden en una suerte de perspectiva y rotación terrestre. Eso mi ojo lo sabe ahora, pero fue todo sorpresa, subidón y suerte fijar la mirada en esa precisa alineación. Fue como encontrar un precioso hallazgo. Aquel encuentro entre dos construcciones religiosas segregaba santidad por los cuatro costados, y a la vez era algo normal, fruto de la observación y de la perspectiva. Con ello, los dos templos cumplían su cometido, eterno de siglos, erguidas aún y soberanas en medio de los montes templados de octubre.
Así, en el lado izquierdo, esta pareja de aguja y campanario, humana y divina, se complementa y contrapone a la otra pareja, formada por árbol y nube. Árbol y nube gozan de la una condición diferente. La condición de la naturaleza y lo sobrehumano. Pues el árbol, desojado de otoño, se encopeta de un nube negra, furtiva, veloz y aguacera, y en ello el hombre ni pincha ni corta.
5
Ver que hay cosas y elementos que por un momento encajan -y se casan; ver cosas y elementos que por un momento se enlazan a un orden tan éfimero como secreto, de tal forma que de golpe se constituye un planeta nuevo. Eres ese explorador que examina las nuevas tierras exteriores, provisto ya de saberes varios, herramientas, prudencias y valores de supervivencias. Verás verdes valles y fértiles praderas. Verás voraces volcanes y peligrosas sierras.
El nuevo planeta es una mujer con su naturaleza bien resuelta, sus aires fragantes -de humildad y de grandeza, de embriaguez perturbadora -irritantte o serena, con silencios de lujuria, amor, concordia o tormenta. Descubrir una mujer es descubrir un planeta.
6
Suenan, retumban, se callan. El entorno todo se cubre del milagro que el sonido dejó en el cielo, devolviendo al universo lo que la tierra tiene de divino. Esa vibración no muere, se posa sobre la hierba, sobre las rocas, sobre los lomos de las ovejas y las hojas de las encinas huecas. Como un polvo sideral vibra la música que muere.
Suenan, retumban, se apagan. Y se enciende en mí la llama sorda de la esperanza como una aguja que me cose y me une al futuro eterno, ese mañana que es ahora mismo en gerundio perfecto. Escucho ahora el pasar de las nubes que también deja su música esparcida por los montes, deja las corcheas colgadas de las ramas como frutos y bayas. Las nubes traen las partituras del agua y del sueño para que venga la noche ya y no tiembles de miedo. Para que tiembles de amor, vida, para que tiembles junto a otro temblor de carne, de amor y risa, y levantes la tierra y el cielo. Para que tiembles de una vez, piedra, mármol de mis días,
7
Oh tú, música mía, tú que cincelas el aire que curte mi corazón, no tengas prisa por acabar. Esto no es una canción, es una sinfonía. Toma asiento y almohada, sedas y copas de cristal. Siéntate a mirar cómo un campanario resuena desde su construcción, cómo la piedra canta desde el fondo del río. Y es ese canto el que lima las uñas del animal que ruje enjaulado entre las costillas, de ese animal amenazado bajo la losa de un esternón dolménico. Oh tú, música mía, ahullenta las tormentas de mis sienes y aulla. Fuerte como el trueno despeja el negro velo que te oculta, sal a la ventisca, grita, corre, salta, relincha, música mía.
8
Me cae la tarde con su edredón de oro apagado y duermo sin pensar que mañana será otro día porque aún queda la noche que no me deja dormir ni pensar y me dicta su sueño por ser su igual. Me cae la tarde con la música de los cencerros y el trinar cruzado de los ruiseñores, y la melodía de las campanas que anuncia la oración y la gratitud, el verbo y el balido, el silencio sonoro y la soledad sosegada. Siempre quise ser un monje pero nunca me escuché lo suficiente. Amén el ruido que me salvó de serlo
Hay veces que hay que silenciar las voces procedentes de las mazmorras. Hay veces que hay que silenciar las voces procedentes de los púlpitos. Hay veces que hay que silenciar las voces procedentes de los móviles. Es lo malo de tenerlas, las voces, las mazmorras, los púlpitos, los móviles. Todos sobran, menos una, tu voz.
Todo lo demás puede sobrar, pero ten oído para los demás que guardan su verdad en silencio.
9
Y si ahora descubro la luz, ahora después de tanto tiempo, después de tanto y tan cerca tenerla, de tanto a la mano que la tenía y no la veía, que la tocaba y no la poseía. Por fortuna. Y si ahora descubro la vida, ahora después de tanto penar, después de tanto y tanto por dentro sangrar, de tanto la espalda que la volví. Y si ahora viene la muerte y me interroga y me pregunta por lo que hice en vida y no me deja tiempo ni para pensalo.
***
CAMPANAS
10
El sol se despide por hoy con la ceremonia
festiva de tu aliento, fuego nuevo siempre
y consumido, oro viejo que robó al padre
de las estrellas el día que naciste.
11
No atardece. No se atan los corazones en vano
si no para ayudarse en su latir y batir de alas.
*
No amanece. No se aman los corazones fugazmente
si no para sonreir con dulzura al tiempo
por su inocente crueldad.
12
Por encima de todo: aprende a respirar.
Nosotros los montes te daremos el aire puro.
Bajo presión o sin ella, a tres mil metros o bajo el mar.
Mientras puedas, mientras tengas aire a tu alrededor,
aprende a respirar.
Nosotros los montes te daremos el aire puro.
Haz circular el aire por tu interior, degústalo, críbalo,
conviértelo en viento, entrégalo con tu magia
exenta de magia.
Propaga tu vida anónima y dulce,
como una sierra de juguete,
como un árbol en flor.
Atrévete y respira.
Hondamente,
en la superficie del aire.
Olfatea como un perro
su aromática piel inexistente.
Cuenta hasta siete.
Siete veces siete.
Cuenta mejor hasta doce.
Doce veces doce.
Uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
y
doce.
Que así es como se aprende
el cántico de los montes.
*
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