En la travesía de La pluma, en Leganés, aún queda algo de aquello.
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Recuerdo ser feliz posponiendo una y otra vez todas las tareas que tenía como ser humano. Con la lavadora rota y un cerro de ropa sucia a sus pies. Recuerdo ser feliz sin trabajo y sin dinero y sin deudas y sin amor y sin casa. Recuerdo ser feliz mintiéndome a mí mismo, como ese recuerdo que se crea en cuanto caes en la cuenta de haberlo olvidado. Recuerdo tanta mentira y tanta verdad siniestra. Recuerdo haber caído en casi todos los infiernos, y digo casi porque soy consciente que siempre algo olvido, aunque sea otro infierno. Los infiernos son infinitos, y quiero pensar que los paraísos también lo son.
Recuerdo ser feliz con tan poca cosa que me sentía rico de pobreza. Nadie tiene tanta pobreza como yo tenía. Me dejé llevar por un pensamiento: cada día que vivo es un regalo que no tiene precio. La pobreza era el regalo, el alma para valorar lo poco y lo mucho que hay en la vida. Lo mucho y poco que hay en los contenedores de basura y en los centros comerciales.
Recuerdo ser feliz en un lago con una mujer desnuda. Recuerdo ser feliz al haber estado con ella en completo y absoluto desnudo.
Recuerdo ser feliz mientras borro la memoria y me centro en tí. Recuerdo ser feliz a tu lado todo el tiempo. Recuerdo ser feliz mientras me esfuerzo en fijar mi próximo recuerdo. Recuerdo ser feliz en la mentira.
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Algo tenía escrito sobre lo imprevisible de los días, y hasta de los mismos recuerdos. Me aburrieron un día y previsiblemente fueron a la hoguera. Cuadernos, libretas, dibujos, libros, objetos que amaba. Todo ardía en la pira una noche de noviembre. Todo rocíado de gasolina mientras llovía finamente. La pirámide de fuego me concedió a cambio un ojo nuevo, una vida nueva.
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Los recuerdos de aquel tiempo aún ruedan a través de la memoria, como en la noria el agua del río.
La memoria es un disco mágico que constantemente se está formando y erosionando. Se forma a la vez que se erosiona, -como el universo. Quizás, y con la erosición aparece, al tiempo, una nueva forma o un dibujo nuevo bajo la piel primera que la vida concede en su inicio.
Tenía algo escrito sobre la previsible imprevisilidad de la vida. De hecho, algo que ahora me parece tan obvio, me pareció en su día una fuente de sabiduría. Saber que cada día guarda algo nuevo y viejo que aparece si permaneces atento. Atento al exterior, y al interior sobre todo. Es como dar con el filón de oro en la mina. Esa conciencia me permite escribir, aunque ya con mesura. La escritura se convirtió en un mal desde el momento que se tornó en costumbre. Por eso ahora no escribo. Y no escribo porque es lo mejor para mí. Me hace desdichado, y aún no sé la causa pero es así. Por eso esto no está escrito en ninguna parte aunque puedas leerlo. No importa. Carece de valor, incluso para el desdichado que escribe.
A partir del momento que escribo, en contra de lo que comúnmente se cree, empiezo a morir, o muero directamente. Es la muerte quien escribe, quien está en mis dedos, quien me limpia los mocos y la baba, quien rebaña la taza de chocolate e inventa todo este despropósito de escrito.
Por eso no escribo. No escribo nada, ni esto que aquí existe, tan exiguo que ya expira. No escribo porque no necesito renacer. Ya nací, y ya que estoy prefiero seguir siendo quien soy, ya conozco el percal, ya he probado la amargura de su fracaso y las mieles de sus éxitos. Y tengo el aliento de la bestia que duerme en el jardín.
Hay quien prefiere entrenarse en un gimnasio lleno de pulcras máquinas metálicas con empuñaduras de espuma, forrado de espejos donde rebota el brillo de biceps y gluteos. Hacen bien si es lo que bien quieren hacer; ejercitar el cuerpo es algo saludable e incluso necesario. Eso se dice, incluso con severa rotundidad. El ejercicio físico segrega hormonas de la felicidad y, lo que es más importante, aporta al cuerpo un aspecto atractivo.
Sin embargo, el ejercicio físico puede ser tan peligroso como el ejercico espiritual. Por ejemplo. Si te entrenas en la escritura. Todo ejercicio tiene métodos. Los hay que, para escribir, suelen ser perfectos para dejar de escribir. Se te quitan las ganas. Y como no hay ningún método del que me fie elijo el método del vacío. Que a veces impone negación y otras veces exige desataduras extremas. Hasta que dentro de unos meses haya pasado por todos los vacíos que tengo -detecto- a mi alcance.
Cuando realmente todo me de lo mismo. Es mi nirvana personal. LLegar a eso, a tomar esa conciencia, será tan alarmante que no me alarmaré de nada. Me reiré de mí mismo. Me echaré a llorar. Veré que no puedo llorar porque me da lo mismo. Veré todas las veces que pude haber llorado sin haberlo conseguido. Veré toda mi represión, todas las veces que eché las manos contra mi cuello. Veré todas las veces que quise ver mis manos en los cuellos de otros. Veré todos las orgías donde no participé. Veré cada desnudo de cada mujer que deseé. Veré cada dormitorio donde no puse un pie. Veré que la noche es tan ciega como yo.
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El vacío se llena del no y del sí y se rehace en su nada con el tal vez.
El principio de todo escritor es el final de la escritura.
El precio de ser un escritor es dejar de escribir.
Cada escritor tiene la misión de encontrar su método. Y de destruirlo.
Sufres lexiones en el alma, derrames de neuronas, derrapes de la inteligencia, y un sinfin de quebraduras que la medicina de hoy jamás podrá detectar.
Yo sufro de pantanos. Todo lo dejo empantanado. Acumulo basura, objetos que encuentro en la calle y en los cubos de oportunidades. Yo soy pantano. Toco algo y lo lleno de barro. Con ello moldeo la vida a mi capricho y voluntad. Pero no hay motivo para ello. Y lo dejo. Y me dejo. Y al dejarme recibo semillas que pueden o no germinar. Soy pantano y permito vivir a todo lo que venga. Procuro dar cobijo y alimento a cualquier forma de viva que se me acerque. Mientras no quiera transformarme, mientras no quiera construir un centro comercial (demencial, los llamo para mis adentros), una zona residencial o un parque temático.
Yo habito en el pantano, lo conozco al dedillo. Soy feliz en el pantano. Conozco sus límites y dentro de sus límites he llegado a vivir tranquilo, incluso recuerdo ser feliz. Claro, eso lo digo ahora que cumplí 100 años el pasado martes.
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