Los cuatro participantes representan un papel dentro del gremio del arte. Hoy, como cada primer sábado de cada mes, se han reunido para echar una partida al arte como terapia contra el desasosiego que reina por doquier.
El primero, el que no tiene rasgos, es el artista. Se debe anular ante su obra, y a menudo se funde con ella. Está en actitud contemplativa, como a la escucha de un concierto secreto, o ante las palabras de un conferenciante invisible. Tiene un filtro que afecta a todas sus percepciones.
El segundo, el de la camisa, es el galerista. El que pone toda su inteligencia y ánimo en el lucro, el que empieza a especular, a seleccionar a los artistas. Se cree que el artista está en sus manos, y que normalmente, el artista depende de él para poder ganarse el pan. El galerista mira al artista como a una cabeza de ganado, en el mejor de los casos.
El tercero, el más entristecido, es el espectador, el usuario y consumidor del arte, el que recorre galerías y museos y elabora un calendario para no perderse ninguna novedad. Puede parecer triste, pero está empatizando con una obra que recuerda, o eso quiere ahora que nada encuentra de su interés. Es, en la mayoría de los casos, un aspirante a artista, o un artista en ciernes.
Y el cuarto, el único que tiene pelo es el crítico de arte, el policía teórico, el locutor radiofónico que te narra un partido inexistente. Es un tipo verborroíco, que siempre tiene algo que decir pero poco que contar. Su inteligencia es mediática, utiliza un lenguaje inflado pero de dudosa coherencia.
La partida de este mes se ha prolongado durante dos días. No hay una pareja ganadora, pues la victoria ha de ser por dos juegos de diferencia. El agotamiento es patente en el rostro de cada uno, y pronto negociarán, por primera vez, tablas.
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