Agosto 2010
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Se apareció ante mí una tarde de agosto mientras vagaba por un estercolero en busca de viejas y abandonadas materias. Un cántico lejano llegó a mis oídos, como si fuera el clamor del crepúsculo, pero no, procedía de un lugar cercano. Busqué la dulce voz entre tablones de muebles embarrados y la hallé semioculta entre una maraña de zapatos de niño. Era un ángel, un ángel diminuto y decapitado, Sabes -me dijo- muchos ángeles corren mi suerte y te aconsejo que corras y tomes raudo tierra de por medio, no sea que te vean el ala y vengan los demonios a ponerte a mi lado.
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Se apareció ante mí una tarde de agosto mientras vagaba por un estercolero en busca de viejas y abandonadas materias. Un cántico lejano llegó a mis oídos, como si fuera el clamor del crepúsculo, pero no, procedía de un lugar cercano. Busqué la dulce voz entre tablones de muebles embarrados y la hallé semioculta entre una maraña de zapatos de niño. Era un ángel, un ángel diminuto y decapitado, Sabes -me dijo- muchos ángeles corren mi suerte y te aconsejo que corras y tomes raudo tierra de por medio, no sea que te vean el ala y vengan los demonios a ponerte a mi lado.
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