Febrero 2016
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Vulcaner es un ejercicio de aguada litográfica sobre aluminio que aquí sufre los desmanes de una mala fotografía. Sin embargo, no me importa, casi siempre las fotografías no hacen justicia a la realidad o construyen otras paralelas. El caso es que ya era hora de constatar las virtudes que a mi entender guarda esta estampa.
La primera es el contraste entre la técnica y el motivo. El agua de la tinta y la rugosidad de la piedra se dan la mano y se funden sobre el papel. Y hay que decir que la aguada -sin estar del todo conseguida- consigue el propósito de forjar la piedra, de construirla.
La segunda es de índole puramente compositiva. La solidez del volcán en la parte inferior se complementa con la ingravidez de la mitad superior. El volcán, tan sólido, se duplica en la dispersión de la materia con su erupción, y forma un todo de dos mitades, casi simétricas, que se encuentran en el cráter del volcán, como si fuera un ojo, o la lente que detiene un momento de la explosión.
Basta con que prestes un poco más de atención (y que le eches imaginación) para que la imagen se de la vuelta, y no veas el volcán como una montaña que escupe piedras y lava, sino como un recipiente donde van piedras, y el crater como una boca insaciable o un agujero negro que engulle materia.
Está del todo claro que la génesis del dibujo descansa sobre una base conceptual, y que la piedra es, en sí misma, una representación y un símbolo de inagotables significados. Toda montaña es una gran piedra y toda gran piedra está constituida de una infinidad de piedras menores. La montaña sería entonces el mundo, la humanidad que es la suma de los hombres, de las individualidades, de las piedras.
Creo que he desgranado ya suficientemente la imagen de hoy, quien lo diría, cuando mi profesor, en la labor de elegir un boceto apto para la técnica de la aguada en cuestión, me dijo que parecía una obra de Raymond Pettibon. Sin saber quién demonios era el tal Pettibon, me dije a mi mismo: -bien, ya tengo un nuevo referente contemporáneo que citar para tirarme el rollo y vender la moto, o bien para dar más peso y consistencia a Vulcaner. Aunque no lo necesite.
Está del todo claro que la génesis del dibujo descansa sobre una base conceptual, y que la piedra es, en sí misma, una representación y un símbolo de inagotables significados. Toda montaña es una gran piedra y toda gran piedra está constituida de una infinidad de piedras menores. La montaña sería entonces el mundo, la humanidad que es la suma de los hombres, de las individualidades, de las piedras.
Creo que he desgranado ya suficientemente la imagen de hoy, quien lo diría, cuando mi profesor, en la labor de elegir un boceto apto para la técnica de la aguada en cuestión, me dijo que parecía una obra de Raymond Pettibon. Sin saber quién demonios era el tal Pettibon, me dije a mi mismo: -bien, ya tengo un nuevo referente contemporáneo que citar para tirarme el rollo y vender la moto, o bien para dar más peso y consistencia a Vulcaner. Aunque no lo necesite.
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