Friday, 21 December 2018

MEMORABLE DON JOSÉ (y la finca La Mora)




Entre  andanajes y  vaguabundajes tropiezo con cosas, objetos, basuras, escombros y herrumbrajes, muchos zarrios aprovechables, -que no siempre interesantes. El arte busca la unión del paisaje con la sangre. Ente andanajes y vaguanbundajes hallo también personas y personajes. Gentes felices en general; no he conocido malaje, salvo la indiferencia de los runners. Entre todos destaca José. Don José guarda parecido con Jehová, con Jesús, con Mahoma, con Moisés. Es el dios físico del lugar. El otro día estuvimos hablando alrededor de veinte minutos, o treinta, no estoy seguro. Maravillosos minutos. José conoce el lugar y es parte de su memoria viva. Puro y elocuente paisanaje.

José me contó que en aquellos terrenos cultivaban carillas (alubia conocida popularmente como muchachillos con chalecos), a las que elogió por su finura. Me contó que aquél caserío -en mi toponimia particular es Falcon Crest, aunque no tenga nada que ver-, tenía a la entrada un gran parral, que en la parte de atrás había gallineros y puede ser que también tuvieran cochineras. Que tenían buenas huertas. Que, enfrente, en otro edificio alargado (quedan aún restos arqueológicos visibles) tenían las cuadras y los establos para vacas y caballos. Total, un finca que en su tiempo debió ser próspera -o al menos autosuficiente- y que los tiempos modernos fueron devorando poco a poco. Hasta que el dueño y heredero de aquellas tierras echó al labriego arrendatario y a su menguada familia. 

José calcula que la actividad de la hacienda perduró hasta hace unos treinta años. Al hombre, al antiguo labriego y hortelano, se le puede todavía ver por ahí, por Leganés, por sus calles, me quiso  apuntar. O sea, que hasta el año 1988 aproximadamente estuvo habitado aquel misterioso lugar. El caserío pertenecía a la Finca La Mora. Habría que investigar sobre la historia de esa finca, - hay libros escritos me dijo José- y por lo poco que he bicheado por la red sé que la extensión de la finca coincide en bastantes límites con los límites de mi actividades, de mis hitos y lugares de trabajo y retiro. Sin querer he ido "ocupando" un lugar extenso que se mantiene abierto, sin puertas ni vallajes, en el límite noroeste de Leganés. ¿Coincidencias? ¿O límites de las Tierras Comunales? Hoy podrían serlo.

Volviendo al inicio: José me parece un señor completamente adorable. Vaya ésto por delante. Volveremos a vernos, hasta la próxima! -me dijo. Despedida con sonrisas cojonudas, afables. ¡Qué amable, qué conversación, qué entrañable por dios! En cuanto se sequen un poco los charcos que el temporal ha dejado a su paso, saldré a su encuentro. Ojalá me hable, ojalá me siga contando cosas de La Finca La Mora, aunque tal vez su propia vida, la de Don José, sea tanto o más interesante. Ya he dicho que es Jehová, Jesús, Mahoma y Moisés al mismo tiempo. Y quién sabe si tienen algo más en común. Por mi alocada mente se ha cruzado una vez más la idea más peregrina: él, Don José, es el dueño de todo aquello, el propietario y actual heredero de La Finca La Mora. Y me gusta pensarlo, cada vez más.


*****


También he pensado desde él. Y pensaría que paseando conocí a un muchacho de edad avanzada, que me contó que frecuentaba esos apartados lugares, sin saber muy bien por qué; decía que era el campo que nos habían dejado, que ahí lo teníamos y que era importante recuperarlo. Que a él le gustaría trabajar allí, sembrar, arar. Ese joven no sabía lo que decía. Una extraña demencia sufría. Y me contó más: que le gustaba la fotografía, que dejaba rastros por ahí, huellas cercanas al arte o algo así. Que había estudiado historia, y que le interesaba la historia de aquel mismo lugar, de esas ruinas. Así que le empecé a contar cosas que de pronto recordaba. 

Pasamos como diez o quince minutos conversando. Me dijo que se llamaba Carlos y yo le dije mi nombre. A ver si la próxima vez que nos veamos me acuerdo de su nombre. Cogió su bicicleta y se alejó por el camino, desviándose hacia el viejo almendro quemado. Allí se detuvo y allí se quedó largo rato, pues no le vi de vuelta.

Lo más extraño es que empecé a recordar más y más mientras andaba de regreso a casa. Lo que no recuerdo bien es quién se quedó con las escrituras. Recuerdo una caja fuerte y otra caja amarilla, bañada en oro. Recuerdo también una gran charca con altas sombras en sus riveras. Recuerdo que empecé a recordar cómo el tiempo ha ido borrando mi memoria y cómo un muchacho, con tan sólo una pregunta (¿Sabe usted qué era todo ésto?) ha puesto en marcha el presente invento cuya finalidad aún desconozco. 

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