"Como un frigorífico bajo un almendro", viene a ser un mcguffin que explica un estado de angustiosa perplejidad. El no saber suele abrir un inmenso abanico de interrogantes, a menudo beneficioso para nuestra inteligencia pues en la búsqueda de respuestas y explicaciones ésta, la inteligencia, se mantiene tremendamente activa y puede decirse que se desarrolla; o que se pone a prueba. A no ser que los interrogantes que nos atormentan no tengan explicación o respuesta, que también puede ser. Entonces ésta, la inteligencia, se bloquea o deforma. Es el comienzo de la depresión, de la paranoia o de la creatividad, espacios donde se forjan los más diversos ángeles y demonios.
***
He vuelto a las andadas. Después de un tiempo siempre vuelvo. Parece inevitable. Vuelvo a la soledad de los campos en la que siempre he encontrado la calma necesaria para enfrentarme al terror de la existencia. Ese terror que es sólo belleza; y tampoco quiero explicarme. Despojarme de la razón es una escapatoria momentánea. Sus tentáculos vuelven a atraparme en cuanto despierto.
El otro día, como resumen de mi trabajo, le confesé a una amiga: "Simplemente ejercito mi libertad". Como si fuera un músculo, como si necesitara de ese ejercicio para respirar y mantenerme en forma. Mis obras no son más que ejercicios de libertad, esbozos para explorar los confines de mi ser.
¿Y la libertad, qué es? Es el instinto en curso, sin límites físicos ni cadenas psíquicas, -quise aclarar. Después pensé en todos los condicionantes y en toda la disciplina que es necesaria y no quise hablar más de libertad, sino de todo lo contrario: de condena. No puedo evitar escaparme de este psiquiátrico.
De cómo experimento yo mi libertad personal, mi propia individualidad, es sólo asunto mío. Esa sería mi primera norma. La segunda es salir de la urbe, dejar la ciudad atrás mientras pueda. Concibo la urbe como una jaula de la que tengo que salir para volar. Y quizás también, como una cárcel y un psiquiátrico cuya fórmula ha triunfado entre los humanos de hoy en día. Por eso es también condena y locura el tener que vivir en una ciudad. Tener que salir de ella para crearme esa ilusión de libertad, tener que salir para poder verme y mirarme de frente.
Aún así, prefiero no explicarme. Ya me pasé demasiado el otro día, confesando mi bendito quehacer como si fuera pecaminoso trabajo libertario. Sería como borrar el misterio que oculta toda belleza, como quitar la guinda del pastel y quedarse como un frigorífico partido bajo un almendro.
No comments:
Post a Comment