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Cada día tiene su cielo, y su propio pulso; como un nuevo ser que es diferente y similar a otro ser. Eso también lo sabe Juanluís, pero en particular lo saben los pilotos de aviación. De ello -de conocer el cielo- depende en gran medida su vida, y deben conocer al dedillo la gestualidad del cielo e intuir su lenguaje de ronca cartografía aérea.
Es importante que tengan el mayor conocimiento posible de cada capa y mota atmosférica antes de despegar y saber identificar las dificultades que cada vuelo presenta. Deben conocer y reconocer a la perfección la causa de las corrientes de aires y vientos, y las consecuencias que puede acarrear atravesar una nube u otra. Deben conocer las presiones, las borrascas, los ciclones y anticiclones; también las rutas migratorias de las grullas y las mariposas. Y el perfume de cada pasajero.
Surcar los cielos también es -además de un oficio extremadamente exigente- un arte. Surcar los cielos es el máximo invento, y aún así hay pilotos que no sospechan siquiera que dibujan para el resto de la humanidad, y que su caligrafía posee uno de los dones más altos de la belleza: la fugacidad. Espero que cada piloto cuente con un copiloto a su medida y que, aparte de las corrientes de aire, conozcan las corrientes del arte que florecen a su albor.
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Surcar los cielos también es -además de un oficio extremadamente exigente- un arte. Surcar los cielos es el máximo invento, y aún así hay pilotos que no sospechan siquiera que dibujan para el resto de la humanidad, y que su caligrafía posee uno de los dones más altos de la belleza: la fugacidad. Espero que cada piloto cuente con un copiloto a su medida y que, aparte de las corrientes de aire, conozcan las corrientes del arte que florecen a su albor.
En mi personal visión creo ver ángeles allí donde veo letras de espumoso aire. La equis es uno de mis ángeles custodio. Quizás el más querido de ellos, el más erótico y metafísico, con diferencia. Quizás porque me veo reflejado en cada equis y advierta un espejismo más de mi destino. El cielo es un lienzo donde los ángeles dibujan con plantillas de agua, en el mar inmenso de las alturas que emborronan con cloroformo y mucha picardía. O sólo firman como analfabetos celestiales para dejar constancia del fugaz tránsito de cada día; y de cada ser.
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