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Paul y su mujer llegaron con interés a mi puestecito del Mound en uno de esos momentos en los que había añadido un taco de dibujos y pinturas a tinta cogidos con una pinza. El taco estaba encabezado por el paisaje urbano nocturno que Paul sostiene en la primera foto, seguido de otros skyline imaginarios y otros de diversa índole. Los estaba mostrando bajo sus atentas miradas cuando se puso a llover de golpe. Habían elegido dos y su mujer (Sara??) se encaminó al cajero más cercano para terminar el trato. Recogí rápidamente y quedamos bajo una sombrilla que Darwin dejó a mi lado. Mientras esperábamos Paul me hablaba, en inglés por supuesto. Yo cazaba más bien poco, pero Paul me seguía hablando con una afabilidad encantadora. A esto que sonó su teléfono, era su mujer que no podía sacar pasta, vaya. Antes de que Paul desapareciera bajo la lluvia quedamos a la una del día siguiente. Pero al día siguiente la lluvia y el frío (terror en el Mound) se acentuaron y no aparecieron. Yo me fui sin vender nada a las tres y media directo a refugiarme al cercano y entrañable museo de los escritores. Fue a los dos días cuando Paul y su mujer aparecieron sonrientes. Realizaron sus compras y me pidieron uno más que recordaban. Hice las fotos, los firmé, puse mi nombre y la dirección de La Piedra Dada a lápiz por detrás y les regalé un jardín. Al finalizar él me contó que tenía un programa de radio en Aberdeen y que sí podía hacerme una breve entrevista. Imaginaos. Aquello fue de pena, o de risa. Medio minuto y todos tan felices.
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