Londres agosto 2012
_______________________
I
Nuevamente antepongo mi piedra a un objetivo elevado. Con ella lo borro, lo fulmino en el acto. No hay objetivos elevados. Temporalmente queda el tiempo eliminado, vencido, doblegado a la gravedad de la materia, a la elasticidad del espacio y a las leyes de la relatividad.
Es la esfera del tiempo ordinario la que queda detrás de la piedra, sepultada por el botón de tierra condensada que sostengo con tanta alegría como malévola inocencia. Es la piedra la que marca otro tiempo, y es realmente la piedra otro reloj que administra la velocidad y la quietud de la vida. Cegar al Big Ben con otro ojo y otro reloj es cargarse toda la historia del imperio británico y del imperio de los horarios.
Es la esfera del tiempo ordinario la que queda detrás de la piedra, sepultada por el botón de tierra condensada que sostengo con tanta alegría como malévola inocencia. Es la piedra la que marca otro tiempo, y es realmente la piedra otro reloj que administra la velocidad y la quietud de la vida. Cegar al Big Ben con otro ojo y otro reloj es cargarse toda la historia del imperio británico y del imperio de los horarios.
II
Mi obsesión por la piedra me llevará un día a la lapidación, sin juicio ni razón, sino por capricho, azar, venganza o bendición. El que recoge tantas piedras, el que las mima, investiga, relaciona e reinterpreta, será atacado por esas piedras en su conjunto.
En este tiempo de piedra la ficción y la ironía se apoderan de la obra y la obra se rebela contra su creador. Solo que yo espero obtener algo de lo que ofrezco, y si las piedras en sí mismas entienden mi proceder, no deberían arrojarse sobre mí, sino quedarse como están, ofreciendo desde su bendito hermetismo los valores que en ellas duermen, es decir, desplegar con su silencio y su sencilla -a la vez que rotunda- presencia su infinita bondad.
En este tiempo de piedra la ficción y la ironía se apoderan de la obra y la obra se rebela contra su creador. Solo que yo espero obtener algo de lo que ofrezco, y si las piedras en sí mismas entienden mi proceder, no deberían arrojarse sobre mí, sino quedarse como están, ofreciendo desde su bendito hermetismo los valores que en ellas duermen, es decir, desplegar con su silencio y su sencilla -a la vez que rotunda- presencia su infinita bondad.
No comments:
Post a Comment