Agosto 2009
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No sé que me ocurre que ya me aburren todas las relaciones culturales que entablo con mis piedras. Me fueron útiles en su momento para mostrar una vía óptima de enseñanza para un sociedad basada en el conocimiento, pero ya no me lo creo. Ni lo uno ni lo otro. El caso es que creía firmemente el ello. Mis piedras intervenidas me parecían excelentes vehículos pedagógicos, algo forzados pero muy eficaces al fin y al cabo.
Hoy solo veo en ellas una ridícula escusa para presentar mis excelentes conexiones neuronales e indagar en las raíces del interior humano, así, a lo vasto. Pedantería solapada de salvajismo y falsa modestia.
Hoy solo veo en ellas una ridícula escusa para presentar mis excelentes conexiones neuronales e indagar en las raíces del interior humano, así, a lo vasto. Pedantería solapada de salvajismo y falsa modestia.
Así que esta vez os defraudaré, estimados y escasos amigos. Hoy no hablaré de Nueva Zelanda, ni de las danzas guerreras maoríes, ni de sus tatuajes. Renuncio igualmente a fabular en torno a los Mares del sur, a buscar leyendas de Micronesia y adaptarlas a las razones de la piedra dada. Algo falla en mis sistemas de navegación, eso es lo que me preocupa; y aún no sé el qué.
Hoy estoy como el hijo naúfrago que los moais esperan.
Hoy estoy como el hijo naúfrago que los moais esperan.
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