Thursday 25 December 2014

RETRATO DE JUAN GRIS (perorata de diciembre)

   Junio 2013
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Hoy, paseando por las inmediaciones de la puerta del Sol, no he conseguido quitarte de mi cabeza. De cómo un hombre como tú mantenía el rigor frío del silencio, tan propio de los hombres bueno, en pulsión secreta con el desasosiego de Pessoa.

Haciendo honor a tu apellido, vestías. Paseos por el Madrid de los Austrias, lápiz y papel en mano, apuntes veloces del natural  nocturno, como un gatopardo aburrido de los salones tapizados y las lámparas somnolientas. Gato panzarriba, cubicando todo en un orden de caos al cuadrado con tanta precisión como decisión. Saltos sobre el lienzo de los tejados de la vieja Europa.

El cubismo siempre me ha parecido un claro antecedente de la abstracción, y la abstracción el territorio mental donde el don primitivo del hombre invita a expandirse con rabiosa libertad. Sin embargo, los latidos de ambos movimientos pertenecen a un mismo corazón, sus lenguajes se entrelazan en una misma cama y sus rostros se diluyen en un mismo espejo.

El padre de todo esto, Paul Cèzanne, quiso representar una montaña (la de Santa Victoria) en cuatro trazos, diseccionar sus laderas con el filo de la luz. Consiguió simplificar las formas y las líneas, depurarlas a la máxima expresión de lo apreciablemente bello, para hacer de la realidad un nido para el ojo y de la perspectiva una hamaca para la mirada.

Años más tarde, un ruso, Kazimir Malevich, dio otro paso de gigante. Como si hubiesen transcurrido miles de años, eliminó la luz del pasado y se quedó con la superficie mate y con el canto rodado del color más pulido. Esquematizó aún más esas líneas y esparció las formas en el espacio, explosionando la tábula y dejando en ella la calma perfecta tras la explosión. La revolución estaba cumplida en el orden artístico, el tablero del arte multiplicaba sus coordinadas y tal vez jugó la partida precedente a la política mundial.

Cerca de allí, en otro imperio, en el austrohúngaro, un tal Sigmund Freud investigaba el interior del ser humano. Para ello aplicó un método científico que ha pasado a la historia con el nombre de Psicoanálisis.  Y lo hizo a través del significado de los sueños, elaborando una serie que se basaban en diferentes mitos, todos ellos relacionados estrechamente con lo sexual.

Ciertamente, el camino que explora la modernidad es el que quedaba por explorar: el interior humano, el continente sin principio ni fin. Mirar de carnes para adentro, copiar los impulsos de la sangre, tocar el deseo que se evapora. No hay otro camino, no hay vuelta atrás. Dejar de lado el costumbrismo, despreciarlo, dar un paso más ante el precipicio, dejar el paisaje atrás, dejar todo lo representable y explorar la pintura por la pintura, el color por el color, la línea por la línea, el sudor por el sudor. El gigante egoísta vuelve a caminar y Oscar Wilde sigue sin rendirse.

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