Wednesday, 13 September 2017

PUERTA A UNA MATERIA QUE LATE (y otros milagros aparte)


                                                                                            Septiembre 2017


La tierra diseña formas destinadas a engendrar vida con tal profusión que no hay tierra que abarque tanto engendro. Los hombres tendemos a emular sin pudor esta tendencia de la naturaleza, claro que de un modo tan burdo y artificioso que parece más un fingimiento cuando no una triste parodia. Pero en esas estamos.

Tendría que analizar los modelos ideográficos dominantes en la historia de las mentalidades para reforzar mi afirmación y ser más claro de lo que acostumbro a ser. No me interesa. Arrastramos una condena, una idea que impregna cada una de nuestras creaciones: el miedo a la muerte. El miedo a la muerte es el oxígeno tóxico de occidente, un miedo que se reproduce a su vez y afecta a todos los hombres, hasta convertirlos en bichos vivientes, conscientes de que todo tiende inequívocamente a fenecer.

En mi opinión, no es tan mala ésta visión. La tradición también ha sabido combatir la muerte mediante el carpe diem en el mejor de los casos, y el alzamiento del difunto, con la intención de perpetuarse en la memoria de su comunidad, en el peor de ellos. El cristianismo es quizás el ejemplo del que mejor puedo servirme. La ficción católica y el rollo de la resurección ha tenido tanta vigencia que ha creado una especie de cárcel mental.

La vida es un milagro sometido a la vida: la hierba esquiva la piedra y florece. Quiero decir que no hay milagro que no esté condicionado, o que todo milagro arrastra alguna especie de maldición. Hagiografías, memorias trastornadas, milagros cotidianos, contemplaciones de espesuras vacías -y de vacíos espesos, misiones tránsfugas, épicas desilachadas y alguna opinión sobre el arte en pleno siglo XXI. Un milagro, como decía.

El artista tiene una obligación: crear obras que le sobrevivan. Mentira, falso, incierto. En cada obra el artista se representa y de algún modo fuerza una resurección, lo mejor es que parezca que no esté planificada y que en ella no se detecte mediación alguna de las divinidades. La resurección es sólo la fecundación ficticia de una imaginación que sueña hacerse materia viva, una materia que late mientras articula pavorosamente un galimatías impronunciable, del cual he tomado aquí nota como mejor he podido: de puro milagro.

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