Octubre 2017
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Todo sarcófago contiene una larva impronunciable. El recado del más allá nos trae el intento del hombre en convertirse en crisálida mediante la metamorfosis que cada cual debe ejecutar a su modo. El cuerpo conceptual del hombre amplió los horizontes de la materia a través de la simbología. El ritual de la imitación animal les pareció a nuestros antiguos un instrumento válido para perpetuar la memoria y conquistar el tiempo. Siempre hemos estado muy locos.
En nuestro caso, nos aferramos al accidental devenir de un territorio, no para conquistar el tiempo, sino para jugar con él, para comprobar su elasticidad y hacer del común obrar (tirar basura) una oportunidad para la actividad artística.
El prolongado sueño de la periferia viene hoy a concentrarse en este objeto descontextualizado que da pie a una nueva aventura estética. La bañera se convierte en sarcófago mediante la misma operación que el sarcófago se convierte en nave. Una nave que se adentra en la muerte y que surca los espacios en busca de las huellas de sus antecesores.
Todo sarcófago es una puerta al más allá, y aquí, la bañera, sueña con el agua y los cuerpos que se dejaron quietos, con los párpados cerrados y los sentidos abiertos. Hoy, ésta bañera, tosco sarcófago de mi invención, reposa bajo el almendro calcinado y se vuelve hacia sus adentros para abovedar un espacio donde proliferen los insectos. Nada de faraones, ni reyes, ni superiores seres. Los insectos salvarán la tierra, una vez más.
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