I
El mundo en la niebla, -decía para no callar, para empezar con un título rápido, vestido de borrador. El mundo en la niebla sería otra crónica del fantasma que por mí siempre escribe. Tengo que darle vida y forma por el único medio que se hace presente, y dejarle hablar con mi conjunto. Su voz me anima y me tortura, y pide la vez para alzar la voz educadamente, que no es otra cosa que pedir su turno para escribir. No puedo hacer otra cosa por él, y a parte así me deja un rato tranquilo.
La niebla es la resaca que arrastramos, como un cansancio vital que nos provoca la fiesta continua del vivir. El mundo es hoy un borracho empedernido que da tumbos y bandazos a diestra y siniestra mientras se pregunta por el futuro, por este 2018 que acabamos de estrenar. Son como las zapatillas nuevas del calendario, el tiempo recupera fuerzas y nosotros, breves almas carnales, hacemos el intento de recomponer energías e improvisar a su antojo.
II
El paso de las bestias era el otro título que tenía en la manga, y es el camino que tomamos para llegar aquí, a la Reserva india de Solagua. La niebla nos tapa la boca con una venda en la lengua y solo veo una ventana poblada de garabatos borrados. Por el paso de las bestias te encuentras huellas de otros fantasmas, de otras nieblas.
Tenemos cataratas a la largo de la garganta, glaciares que descienden del volcán helado. Hace siglos que no digo una palabra, hace siglos que una palabra no me coge de la mano ni me tira de los dientes. Soy el último fantasma de la reserva india y emprendo un despertar mudo en un mundo helado. Ya es hora de dejar las sábanas tendidas en las últimas ramas, y sacudirme la escarcha y las telas de araña, que tengo otras cosas mejores que hacer. La resaca ya se quedó con la niebla.
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