by Carlos Medel Redondo Febrero 2013
*
Los desperdicios habitan la tierra con tal dignidad que cualquiera diría que son desperdicios. Digamos que pueden considerarse restos arqueológicos recientes, como bien se ha mostrado en la expo Arqueológica, en Matadero Madrid. Una vez que han cumplido su tiempo como productos, como bienes de consumo, pasan a formar parte de la naturaleza, en la cual se integran. El medio asume la basura que el humano le vierte con total normalidad. Arqueobasura. Un día se estudiará este tiempo como el de la civilización de los productores de basura."El mundo es basura, pero me gusta estar vivo", cantó maravillosamente el loco de Jorge Martínez.
Para mí, los desperdicios, o nuevos restos arqueológicos, son una especie material incatalogable, que podrían situarse entre lo histórico y lo anecdótico, entre lo vegetal y lo animal, entre lo material y lo espiritual (apretando mucho) y cuyo descubrimiento en mis paseos disfruto con curiosidad de arqueólogo, biólogo y esteta.
Como si el viejo Darwin me dijera entre susurros algo que aún no entiendo, o no quiero entender, que todo muta en la vida y que el ser humano está en camino de convertirse en basura, en despojo, bueno, muchos ya lo son. Yo mismo creo estar caducado.
Hay evidencias por doquier hacia el producto y el desperdicio. Incluso hay gente que piensa que también las personas son de usar de tirar, de utilizar y desechar. Algo tan viejo como la propia historia.
Si el viejo Darwin diera conmigo me presentaría como un homo-humus, o como un dino-disi. Quizás es lo que he estado haciendo con mi propia vida: desperdiciarla. Es razonable pensar en ello, e inevitable mostrar algunos paralelismos. Mi bufanda, mis guantes, mis zapas.
No comments:
Post a Comment