by Carlos Medel Redondo
Delirios, y más delirios. Es mi erosión, mi lenta descomposición. Saborear día a día la gloria de amar y la inmisericordia de no ser amado. Porque el amor conoce infinitas formas de amar y rara vez coinciden. Oh amor, qué enfermedad más dulce, qué latir más amargo.
Desde luego parece hasta ridículo que un discípulo de Schopenhauer sufra semejantes pulsiones. Si su maestro levantara la cabeza le cruzaría la cara. No has aprendido nada. Pero cómo no amar, cómo poner diques a la mar toda, cómo calmar la sed del desierto, cómo huir del sol, cómo escapar del cielo. Negar del deseo, ya sé, qué fácil decirlo. Volver a la disciplina, volver a la soledad, volver a mi estrecha cama, volver a mi sádico insomnio.
Delirios, y más delirios. El amor es hoy una cámara de torturas que se encuentra tras la perfumada alcoba del ayer.
Desde luego parece hasta ridículo que un discípulo de Schopenhauer sufra semejantes pulsiones. Si su maestro levantara la cabeza le cruzaría la cara. No has aprendido nada. Pero cómo no amar, cómo poner diques a la mar toda, cómo calmar la sed del desierto, cómo huir del sol, cómo escapar del cielo. Negar del deseo, ya sé, qué fácil decirlo. Volver a la disciplina, volver a la soledad, volver a mi estrecha cama, volver a mi sádico insomnio.
Delirios, y más delirios. El amor es hoy una cámara de torturas que se encuentra tras la perfumada alcoba del ayer.
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