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Hoy por mis campos se extienden cientos de metros de cinta magnética. No sé qué carajo es exactamente pero esas mierdas suelen llevar metales pesados que al llover se disolverán en la tierra. Quién provoca esto ocasiona un daño atroz al medio ambiente, un atentado del que no le exime desconocerlo. Nadie tiene por qué tirar nada en mis tierras. Sin embargo, estas envenenadas cintas dan la imagen de hoy como una metáfora que aborda varios frentes.
El cruce de la cinta dibuja una equis como una incógnita sobre la tierra. La cinta magnética es ahora un recurso para preguntarse una vez más por la naturaleza del deteriorado entorno en el que trabajo, ese organismo relacional que reconocemos todos en cualquier periferia de cualquier urbe.
Por otro lado, la equis me indica un cruce,
un punto de unión donde dos cintas coinciden. Dos cintas magnéticas, cada una con
una historia. Es como esa incógnita del trabajo que realizamos, por un lado mi
aliado con la creación del videoensayo, y por otra yo, con los ladrillos liado.
Bendita la Nave 16 de Matadero que vio el fruto de nuestro trabajo, y benditos
todos los que por allí pasasteis y pudisteis sentir el rasguño de una cinta
magnética en vuestra retina y un pellizco en vuestro corazón.
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