Julio 2010
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Hoy me crece un jardin en la piedra.
De repente, su aroma. De repente, su olvido.
Hoy tropiezo en la misma piedra.
Y doy gracias: compruebo que estoy vivo.
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Hoy me crece un jardin en la piedra.
De repente, su aroma. De repente, su olvido.
Hoy tropiezo en la misma piedra.
Y doy gracias: compruebo que estoy vivo.
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La piedra apasionada se pierde en los jardines pantanosos de las riberas del Leteo. Inquieta habita en el aire de fragancias, y toma sobre su piel el aroma del viento y el olvido de sus aguas. Allí se esconde para ocultar su corazón arrebatado, ese que sufre la desesperada exaltación del amor . Ese que, en su feliz desdicha, enferma de gloria ante la evidente finitud de la gracia y el regalo del vivir.
Porque ya sabemos todos que la vida da y la vida quita. No es justo pedirla más, exigir más de lo que ya te ha dado. Haz un breve ejercicio de valoración para conciliarte con el mundo y con tu vida; y luego olvida todo, olvídate de tí mismo, olvida que tienes un corazón, olvida que amaste un día, olvida su nombre, su dirección, su perfume en la noche. Borra su teléfono, borra sus fotos, borra tu corazón. Resetea. Más el olvido está hermanado a la memoria y se hablan de continuo. Benedetti ya lo dijo, el olvido está lleno de memoria...y la memoria de olvidos.
Y es así desde hace años, el amor se comporta como el demente mensajero de caprichosos dioses. Saben que en tus jardines anida el pájaro de fuego, y se burlan de él poniéndole delante semillas heladas. Es ansia de tenerte, es deseo más que deseo, deseo de nada más que de tenerte durante meses secuestrada. Deseo de despellejarte a besos, de sufrir los límites del placer, de hundirme en los baños de tu sangre. Por que todo esto otra vez, se ha ido. Y lo que me queda es saber que a mi corazón no puedo engañarle más.
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