Julio 2010
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Lo podemos llamar de muy diversas maneras, puede parecer una enfermedad, una patología del cerebro con inclinaciones a relacionar puntuales hechos cotidianos con puntuales hitos culturales. A veces, ni eso, pues la mente ya ha aprendido a narrarse en frases sueltas, en aforismos, en versos, en haikus, en microrrelatos. Lo podemos llamar inteligencia paralela, o en palabras de Vila-Matas llamarlo El mal de Montano, que es de lejos mucho más literario.
Ese es el mal antiguo al que tenemos que agradecer las narraciones más ancestrales -y las de todos los tiempos-, aquellas donde la historia se pierde y se encuentra la fábula, la mente de cada uno ansiosa de comunicar, de contar, de embaucar, de iluminar, de todo eso de lo que el hombre ha sido y es capaz. Sin lugar a dudas, esto es un bien de la humanidad. El hecho de llamarlo "mal" es cuando se torna enfermizo este pensar, esta obsesión, esta sacrosanta deriva de la comunicación. Porque ya no es solo lenguaje y ganas de contar, sino arte, un arte peligroso y lisérgico, pero rebosante de vida, esa fiebre del autor que engendra mundos o proyecta espejismos que llamamos ficción. Una ficción real.
Ese es el mal antiguo al que tenemos que agradecer las narraciones más ancestrales -y las de todos los tiempos-, aquellas donde la historia se pierde y se encuentra la fábula, la mente de cada uno ansiosa de comunicar, de contar, de embaucar, de iluminar, de todo eso de lo que el hombre ha sido y es capaz. Sin lugar a dudas, esto es un bien de la humanidad. El hecho de llamarlo "mal" es cuando se torna enfermizo este pensar, esta obsesión, esta sacrosanta deriva de la comunicación. Porque ya no es solo lenguaje y ganas de contar, sino arte, un arte peligroso y lisérgico, pero rebosante de vida, esa fiebre del autor que engendra mundos o proyecta espejismos que llamamos ficción. Una ficción real.
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