Mi cámara es un dios llamado Pentaxamón. Ella me dicta lo que tengo que pulsar y yo me responsabilizo del resultado. Este dios, como tantos otros, pertenecen a un panteón privado del que Sócrates tenía ya certeza, pero el desvelarlo en aquellos tiempos del clasicismo griego le costó la vida.
Hoy nadie duda del dios interior que nos gobierna, tan irresponsable como clarividente y talentoso. Solo que únicamente a nosotros nos corresponde escucharle, pues para nadie más que para nosotros se presenta. Sería un torpeza intentar inculcar el mensaje de nuestros dioses a otros, pues además de tacharnos de locos traicionaríamos a nuestro dios.
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