___________________________________________
-I-
-I-
Siempre generosa, la primavera ya viste al campo y a las rocas. Las aguas caídas han provocado el estallido vegetal que cíclicamente, por estas fechas, tiene lugar en el hemisferio norte de la tierra.
La primavera, con su descomunal ímpetu, estira prodigiosamente las hierbas, brotan de alegría y borran con su risa la gravedad de mis piedras.
Y así, con toda lógica temporal e irreverente descaro, imponen su ley y reparten sus bienes, lo que se traduce en la práctica y en el trabajo de campo, como la desaparición de las generaciones primeras, las que combatieron firmemente al intenso frío del invierno. Pero no están desapareciendo: toman su descanso de manos de las hierbas, y retozan bajo su fino manto de frescor, de caricias, de aromas, y aún no saben lo que gozan bajo tanta delicadeza. El descanso del guerrero es poca cosa para ellas.
-II- En ésta fábula acontecen dos visiones unidas: la convivencia de lo natural con mis recientes creaciones en piedra, y la aparición y alzamiento de un elemento (lo vegetal) que termina ocultando a lo primordial aquí (las piedras).
Ahí quedan semienterrados por las hierbas, vestidos con la ternura vegetal para los fastos de marzo. Y en los fastos lo que se celebra es la vitalidad amable, el florecimiento, el esplendor, la vuelta al centro de la vida de los confines de la muerte, la convicción de una recompensa que no otorga condecoraciones, sino ese descanso y ese ocultamiento para reconocer otras naturalezas: lo vegetal es hoy la vitalidad encarnada, el alzamiento de lo efímero ante la gravedad de lo pétreo, el bálsamo que cura la aridez de un espíritu nacido y forjado en el desierto.
No comments:
Post a Comment