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Pues si, con mi tradición he topado. Mi vida de tradición festiva se enfrenta a mi otra vida de tradición ensimismada. A las "24 horas de fiesta (party people)" he contrapuesto 25 horas de silencio (silence rocks), para compensar esfuerzos y completar el yin y el yan de nuestro opulento y decadente Occidente. Además, he añadido una hora más de silencio como señal y tributo a la santa resaca, que no es otra cosa que la hora donde la conciencia encaja los dones de la euforia con los males del exceso.
En el caldero de estos escritos hierve mi vida conjunta, sin condimentos ni aliños. En poco más de un día ser capaz de poner mi obra patas arriba, y no precisamente por desprecio, sino por ser coherente con mi tradición. La obra, en sentido utilitarista, tiene el potencial de liberar el pensamiento que se ancla o de abrir las puertas que se cierran, aunque sólo sea por razones de higiene. Ventilar el cuarto, cambiar las sábanas y la funda de la almohada. La fiesta se ha convertido en un círculo vicioso formado de tóxicos abantos, la fiesta es un cadáver social que desprende fuegos de artificio y obliga al gasto ingrato y al saludo por compromiso. La fiesta ya está agotada. Veremos cómo se encuentra cuando llegue la noche.
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