Tuesday, 21 June 2011

PETRORFEO (o el canto telúrico)

Junio 2011

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Nuestra idea -nuestro ídolo (creado a nuestra imagen)- es ésta: la poesía se constituye, se fundamenta, a partir de la muerte. Pero no habla, nunca, de la muerte (la muerte es lo inefable, y así toda nekya, de Gilgamesh a Homero, y de este a Virgilio, a Dante, a Joyce... y a Seferis, se nos revela sólo como sombra, mimesis gris de la vida, vida falsa).

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La poesía, la voz que habla en el desierto, en el lugar deshabitado de la muerte (desde nuestra conciencia de la muerte), habla sobre la vida: es la voz del que mira hacia la vida como voz del regreso. No del resucitado. La voz del que retorna tras hablar con lo muerto -con sus muertos; hablando con su muerte.

Estamos pues en Grecia (¿no estábamos ya en Grecia desde siempre?). Hemos subido aquí, desde lo hondo, con la voz del poeta: con Orfeo. No parece preciso repetir ahora el mito, pero sí recordar que ese poeta, el primero de todos por cuanto es el primero que desafía al dios, el primero que compite con Apolo, el primero que creando de sí mismo -y a partir de sí mismo- se apodera del canto y de la lira (igual que Prometeo se apodera del fuego), es también el poeta del regreso, aquel que vuelve vivo de la muerte (Orfeo baja vivo a los Infiernos -al espacio de abajo- y vuelve al mundo vivo). Orfeo canta, mirando hacia la vida (ahora ya desde el centro de la vida), y la poesía se constituye, con su canto, en el posible lugar de la respuesta.

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Estractos del ensayo: Después del diluvio, de Juan Barja. Incluído en su libro: Ausencia y forma. Adaba Editores, Madrid, 2008.

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