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Al parecer, la raíz última del mundo, para los griegos arcaicos, venía constituida por el juego y la violencia: juego de la pura indeterminación y violencia de las determinaciones que se imponen en el seno mismo de este juego, y que en tanto que impuestas, en tanto que imposturas, es de justicia que queden abolidas en el seno mismo del juego para dejar su lugar a otras, en este sucederse sin término que es el orden del tiempo, cuya necesidad Anaximandro nos invita a considerar elevándonos por encima de esa violencia específica que somos y queremos perseverar en seguir siendo.
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Miguel Morey
El orden de los acontecimientos. Editorial Península. Barcelona. 1988.
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