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La pasada tarde visité el Cerro de los Ángeles al atardecer. Un ángel me guió hasta allí. La belleza del lugar, del momento y de mi compañera me hizo caer en un vértigo único. Stendhal me hubiera entendido perfectamente. Embargado por la emoción desenfundé a Pentaxamón, la diosa tecnocontemporánea, recolectora de la luz y del instante, sin la cual éste espacio sería pura quimera. Cuando terminé de recolectar los cuatro conjuntos escultóricos que rodean la base del pináculo que alza a Cristo (el monumento es llamado Sagrado Corazón de Jesús) me encontré solo. Mi compañera, mi ángel, había huido, quien sabe si espantada de tanta belleza o atemorizada de la advertencia de cierre del santo recinto. Y es que la megafonía clerical causa verdadero pavor, sea a la hora que sea. Qué falta de respeto. Oh Cristo, con lo hermoso que es tu silencio.
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