Pintura sobre piedra. Agosto 2009
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Esta piedra reconstruye tres trazados o trayectorias que indican los caminos y los lugares donde habita el ser que tomamos cada día como nuestro. Los tres colores indican tres estados anímicos:
El blanco es la pureza, la paz, la inocencia con que se ha de vivir, y que de vez en vez emerge en nosotros para hacer de la vida ese tiempo digno de vivirse. Como es de suponer, el blanco se ensucia pronto, es una lástima que adquiera tintes varios, pero la blancura perdura. Por otra parte, en el color puro habita una luz. El blanco puro no existe, sería luz y la luz es el tizón del color, el látigo que enciende la hoguera del arte, la bomba que cae en el cuadro y no lo destruye, lo purifica. Es de esa intensidad de la que hablo, queridos hermanos, la luz que cada color saca de su interior. Esa sería la luz que todos deberíamos emitir.
El azul es la personalidad que nos habita, el ser que depende del humor y de las condiciones que el exterior impone, tanto los fenómenos celestes como los quehaceres terrenales, con todos los vaivenes a los que nos someten, tal hoja de sauce. Veo las calles encharcadas de hojas, el diluvio suave y amarillo ha comenzado con la melodía de Scheherazade:
http://www.youtube.com/watch?v=zhBEvPD8DR8
Y por último el trazado negro. Representa la tendencia que todos intuimos, el mal humor, el abatimiento, la ofuscación, todo aquello que enrarece al ser, que lo enturbia, que lo empeora hasta extremos insospechados. He procurado que no sea el trayecto dominante, el equilibrio entre los tres es vital para que la piedra dada y pintada funcione. He aquí su razón, su peso, su solidez como objeto de arte.
CMR, 13 diciembre 2009
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