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Esta Semana Santa he vuelto a Garciaz, ese pueblo cacereño que cada vez amo más y más detesto. He vuelto a salir por sus alrededores y he vuelto a buscar piedras y piezas oxidadas. Me he traído una buena serie de fotos de las cuales os anticipo solo éstas. Las composiciones quedaron allí, in situ, esperando las intensas lluvias de abril. Sé que nadie se las llevará y también sé que más no pueden oxidarse. Nadie sabe el tiempo que allí llevan y es que a nadie le importa, ni siquiera a mí.
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