Diciembre 2010
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Hubo un tiempo en el que en mi mesilla de noche no faltaba el libro.
Como sí se tratara de un medicamento que tuviera que tomar antes de dormir
para calmar los dolores o combatir el alzeimer, o simple y llanamente
para meditar antes de caer en los abismos del sueño.
Y es curioso que aquel libro en concreto fue un regalo
de una querida amiga que actualmente se dedica a la medicina.
Yo anduve enfermo de amor por ella, y aquel libro y un mechero (aún con gas)
es todo lo que me queda de ella.
He aquí unas breves sentencias extraídas de aquel libro.
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21) El arte de la suerte. La buena suerte tiene sus reglas; no todo son casualidades para el sabio; el esfuerzo puede ayudar a la buena suerte. Algunos se contentan con ponerse confiadamente a las puertas de la Fortuna esperar que ella haga algo. Otros, con mejor tino, entran por esas puertas y utilizan una audacia razonable que, junto a su virtud y valor, puede alcanzar la buena suerte y obtener sus beneficios. Pero, si bien se piensa, no hay otro camino sino el de la virtud y la prudencia, porque no hay más buena ni mala suerte que la prudencia o la imprudencia.
168) No convertirse en un monstruo de estupidez. Lo son todos los vanos, presuntuosos, porfiados, caprichosos, obstinados, excéntricos, ridículos, bufonescos, noveleros, paradójicos, maníacos y todo tipo de hombres sin medida. Todos son monstruos de la impertinencia. Cualquier monstruosidad del espíritu es más deforme que la del cuerpo, porque contraviene la Belleza Superior. Pero ¿quién corregirá tantos y tan frecuentes desórdenes? Donde falta el buen juicio no hay lugar para la corrección: lo que debía ser una advertencia como resultado de la risa que provoca, se interpreta, infundadamente, como un imaginario aplauso.
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Baltasar Gracián. El arte de la prudencia, 1647.
Una cara muy pétrea
ReplyDeleteAquí es lo que hay. Y cuanto más pétreo mejor. Gracias Rubén.
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