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Tras una semana seguida acudiendo a este lugar, las ovejas ya saben que soy del todo inofensivo, y esta tarde no se han tomado molestias para esquivar el lugar que ocupo, si no que me han pasado a pocos metros, saludando incluso. Les ha faltado preguntarme qué carajos hago por allí, y a qué tontás me dedico. El pastor pasó minutos después, a mayor distancia, ignorándome por completo. Se le podía oír hablar con una mano en la oreja. Presumiblemente hablaba con alguien a través del móvil, o se hacía el loco para no incomodarme con preguntas al respecto.
Tras este encuentro volví a la obra indeterminada, la primera que realicé hace semanas. Consistía en un recinto abierto, una especie de herradura casi cerrada, en cuyo interior compuse algunos rostros. Mientras lo hacía pensaba en nuestra manía por aparcelar y por eso tal vez no cerré la composición. Hoy le he dado forma de rostro para acabar un conjunto que ya cuenta con cinco obras. Por último, he recompuesto a Pedreolo, aunque parece que su gesto no es el mismo. Ciertamente ha madurado. Qué cosas.
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